De leones y corderos

Prologo

A diferencia de la mayoría, no eran los Dementores los que lo tenían temblando de miedo, sino los gritos. Los gritos reales de los otros reclusos combinados con los gritos de su mente, los gritos de los muertos.

La mayor parte del tiempo simplemente se acurrucaba en la esquina de la sucia celda y trataba de bloquear los gritos, tapándose los oídos con las manos sucias, tirando de su cabello y clavándose dolorosamente las uñas en el cuero cabelludo. Cualquier cosa para bloquear los gritos.

Pero no lo dejarían solo.

Nunca se dio cuenta de que uno de los gritos casi constantes era el suyo propio.

Los Dementores lo dejaron sufrir solo, sin necesidad de sus servicios para torturarlo, para hacer de su vida un infierno. Su propia mente lo estaba haciendo por ellos. Ni siquiera parecía notarlos deslizándose de un lado a otro por el corredor, atormentando a los otros reclusos.

Para él no eran más que los gritos.

Entonces, un día, un día como cualquier otro, estaba tratando de contener los gritos cuando la puerta de su celda se abrió lentamente, crujiendo con fuerza y ​​un hombre... no un niño de su misma edad entró con cautela. Los ojos asustados miraron al chico solo por un momento antes de que se cerraran herméticamente de nuevo, sus manos presionando aún más sus oídos.

"Oh, Draco..." apenas escuchó a la persona suspirar, "Lo siento mucho. Esto nunca debería haberte pasado a ti".

El niño lo sacó de su celda, manos gentiles lo guiaron por el laberinto de pasillos. Las caras se pusieron a los gritos que ya había sido atormentado, caras de miedo y dolor. Su propio miedo aumentó hasta el punto de que ninguna mano suave o palabras de consuelo lo calmarían.

Finalmente estuvieron afuera, los vientos arremolinados lo helaron hasta los huesos, presionando su uniforme a rayas contra su cuerpo delgado y haciendo que la fina capa de su rescatador volara sin control. Algo fue presionado en su mano y sintió la familiar sensación de tracción del Traslador.

Aterrizaron en algún lugar vagamente familiar y le gustó el silencio del lugar. Ahuyentó los gritos del exterior y cuando esos gritos desaparecieron, pudo luchar contra los gritos del interior.

Pero el silencio no duró...

"¡Draco!"

El grito emocionado de la mujer fue todo lo que necesitó para traer de vuelta los gritos, resonando alrededor de su cabeza. Cayó hacia atrás, alejándose de la dolorosamente familiar mujer rubia que lo alcanzaba, gimiendo y rascándole las orejas.

Quería recuperar el silencio.

"Por favor... por favor deja... deja de gritar..."

"Oh, Draco..." la mujer suspiró mientras ella y el niño se agachaban frente a él, "¿Qué le hicieron a mi hijo?" le preguntó a su salvador, con lágrimas cayendo de sus ojos y manchando su maquillaje previamente perfecto.

"No lo sé", admitió el niño en voz baja, "No creo que él sepa quiénes somos, estuvo allí demasiado tiempo... lo siento..." Ella se acercó al niño y pasó la mano a través de él. su cabello negro desordenado reconfortantemente,

"No te arrepientas, sacaste a mi hijo de ese lugar", le dijo suavemente antes de que él volviera a mirar a su hijo tembloroso, "Oh, mi pobre bebé..."

Se sentaron con él en silencio hasta que se calmó, los gritos que solo él podía escuchar ahora eran tan silenciosos como el resto de la casa. Era como ahora imaginaba que era el cielo.

"¿Draco?" preguntó la mujer en poco más que un susurro y por eso estaba muy agradecido... los susurros no comenzaron los gritos. "¿Sabes quién soy?"