Capítulo XI

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—Papá.

Taiga volteó en dirección en la que se hallaba Aiger, que parecía estar demasiado despierto para ser primeras horas de la mañana.

—¿Qué sucede?

—Quisiera pedirte algo.

[...]

Oyó unos ligeros golpes a su puerta, provocando que abriera rápidamente sus ojos, volteando a ver a los lados. Se sentó y cayó en cuenta que estaba en casa de los Akabane.

—¿Si?— dijo adormilada, pasando una mano por su rostro.

—Soy Kana. Necesito pasar para buscar algo, ¿no hay problema?

Con esa misma mano, tocó su fleco, haciendo que reaccionara aún más rápido. Tomó su gorro y no tardó en ponérselo.

—Para nada, adelante— y acabó soltando un bostezo.

—Buenos días— saludó la mujer al ingresar —. Perdón que te moleste, pero vengo a buscar ropa para Aiger.

—Claro— asintió mientras pestañeaba reiteradas veces.

—Puedes seguir durmiendo, sigue siendo muy temprano— informó al dirigirse al armario a tomar una que otra prenda.

—Creo que me levantaré en un ratito— indicó, viendo con un ojo más abierto que el otro como la mayor se ponía de pie.

—¿Tuviste frío anoche?

—No. Dormí bastante bien.

—Me alegra saberlo. Te dejo. Descansa...— y cerró la puerta tras de sí con una amigable sonrisa.

Pasaron dos segundos y ______ yacía recostada con los párpados pegados. Incluso se tapó mejor.

Estuvo así uno que otro minuto. Eso creyó. Después de todo, se había vuelto a quedar dormida, pasando una hora completa.

Cuando sintió que estaba más despierta, se levantó, preparó y arregló la cama.

Bajó las escaleras más rápido que el día anterior, sintiendo como su tobillo iba mejorando.

—Buenos días de nuevo— sonrió al ver a Kana sentada allí.

Ella le devolvió el saludo, yendo a preparar la taza de la muchacha. Y al poco tiempo ya estaba por dar el primer sorbo.

—Taiga ya comenzó a trabajar en tu beyblade.

Alzó la vista a la mayor, sin evitar demostrar su emoción.

—Me alegra escuchar eso— apoyó la taza en la mesa —. ¿No tendrá problema en que vaya a ver?

—Para nada— dibujó una sonrisa, para pasarle algo para que comiera —. Come, ¿o debo llamar a Aiger?— comentó con gracia.

—No hace falta— dijo riendo avergonzada, para tomar uno y comerlo. Pero bajo la mirada insistente de la mujer, tomó unos cuantos más.

[...]

Caminaba con cuidado para poder llegar al taller del mayor de los Akabane. Incluso hacía su mejor intento para no caer en el barro que había dejado la lluvia.

Juntó su chaqueta en su pecho, evitando que el fresco de la mañana le diera frío y más con el tiempo de la madrugada.

—¿Señor Akabane?— llamó al ingresar, estando la puerta abierta.

Miró a todos lados, viendo uno que otro metal en el suelo, la computadora encendida y varias herramientas por ahí. Nunca imaginó a Taiga trabajando en un desorden. Le había dado otra imagen.

Vio como había una luz distinta en una pequeña habitación de allí, acompañada de un ruido. Se acercó despacio, queriendo no asustarlo en medio de su concentración.

—Señor Akabane.

Volvió a llamar, al dejar de escuchar ese ruido.

Se asomó por el marco de la puerta. Para su sorpresa, quien estaba sentado allí trabajando era Aiger. Regresó a verla, levantando sus gafas.

—¿Qué?

—¿Qué... haces...?— preguntó algo desorientada, señalando lo que hacía.

—Hago el disco de Drawson- digo, Dranzer— se corrigió rápido.

Apagó la máquina para ponerse de pie y llevar consigo la pieza que acababa de terminar, pasando a un lado de la chica.

—Vaya... Gracias— sonrió apenas, siguiéndolo.

—Ah, antes que se me olvide, sobre la mesa dejé el paraguas que me prestaste anoche— señaló en esa dirección, mientras se dirigía a sentar frente a la computadora.

—Está bien— volteó a ver el objeto que le pertenecía —. ¿Cómo dormiste anoche por la lluvia?

—Apenas pude pegar el ojo... — comentó concentrado en el plano —Las ovejas estaban mojadas y querían dormir pegadas a mí.

—¿No te has enfermado?— lo vio preocupada, para notar como sacudía su cabeza en forma de negación.

—Ya me ha pasado un par de veces eso... ¡Ahí está el problema! Fallé un poco en el ángulo de esa punta.

—¿Ah?

El blader se levantó para ir de nuevo a esa habitación, tirando por ahí ese disco que acababa de diseñar. ¿Cómo podía estar mal? Ella lo veía y lo encontraba más que perfecto. Claro, a ojo de alguien que no sabía mucho de beyblade.

Quedó parada mirando a su alrededor, escuchando los martillazos que daba Aiger a un nuevo metal.

Vio otra silla cerca de la computadora, para acabar sentándose allí. Estaba atenta por si debía hacer algo.

Al rato, vio nuevamente como salía esa luz.

—¡Ah!

Ante la queja del muchacho, se levantó de golpe para ir lo más rápido que podía a ver qué pasaba.

—¡¿Estás bien?!

Vio como el chico tenía uno de sus dedos frente a su boca, soplándolo.

—Sí, estoy bien— dijo algo molesto por el incidente.

—¿No sería mejor que esto lo hiciera tu papá?— ladeó la cabeza, ahora insegura de que él hiciera ese trabajo.

—Ya lo he hecho antes— volteó el rostro para otro lado —. Además, él me pidió que hiciera tu bey.

Mentira. Su padre no le había pedido eso; Aiger fue el que se dirigió a Taiga y le pidió que él fuera el que hiciera los arreglos de Dranzer. Después de todo, quería ver de cerca la sonrisa de la chica aunque le avergonzara decirlo.

—Ve a otro lado que encenderé esto. No te vaya a saltar ninguna chispa.

Se volvió a colocar esas gafas y el guante que se había quitado.

—Bien...— se dirigió a la puerta y mientras salía, agregó —Ten cuidado.

Cuando quedó solo, estuvo unos cuantos segundos sin hacer nada más que sonreír torpemente. Poco a poco, _____ dejaba de parecerle solo linda, y eso le desesperaba.

TORPE SONRISA |Aiger Akabane y tú|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora