Capítulo IV

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Durante la mañana siguiente, Naru la ayudó a dar una vuelta por los alrededores de la casa, descubriendo los establos y el taller del señor Akabane, que había salido junto a su hijo y regresarían a la tarde. También vio una que otra estatua, que la niña le comentó que ellos las habían hecho.

Cerca del mediodía, ayudó como pudo a preparar el almuerzo para las tres. Por lo menos, sabía picar verduras sin cortarse un dedo de por medio.

—¿Vienes de lejos, _____?— interrogó Kana, comenzando a lavar todo lo que habían utilizado.

—De la ciudad, así que de no tan lejos vengo— informó, estando sentada a un lado de la mayor, así secar lo que le pasaba y Naru guardaba.

—¿Alguna vez estuviste en una granja?— preguntó la niña, viendola con curiosidad.

La muchacha sacudió la cabeza en forma de negación, abriendo paso para una nueva pregunta de la menor.

—Entonces, ¿qué te pareció nuestra granja? ¿Te gustó?— sonrió con curiosidad.

—Sí, es demasiado tranquila. Solo que a veces extraño el ruido de las calles a cualquier hora del día. Eran como una melodía para dormir— rio por ello, tomando el primer plato para secarlo.

—Siempre se extraña el hogar— comentó con una curva en los labios Kana —. ¿Llevas mucho fuera de casa?

—En realidad... Salí de casa horas antes de que me encontraran.

—Que mala suerte...— murmuró Naru con pesar, haciendo que su madre le llamara la atención mientras que _____ reía.

—Eso es verdad— confirma para seguir —. Nunca me imaginé dando un paso fuera de casa para hacer esta aventura.

—¿Tus padres saben de esto?— volteó con preocupación la señora Akabane a verla, pasándole otro plato.

—Sí, sí— mintió en parte. Después de todo, antes de marcharse, gritó que se iría —. Mi padre hizo un viaje parecido incluso cuando era más pequeño.

—¿Es blader tu padre?— interrogó la de cabellera turquesa, tras guardar lo que le pasó.

—Era. Ya no se dedica más a eso.

—Y ahora quieres volverte blader como él un día lo fue, ¿no?

Ante esa nueva pregunta de Naru, asintió. Su padre no era de contarle historias que vivió. Quizás cuando fue pequeña escuchó tres o cuatro de su parte. Fuera de eso, se encargaba de buscar viejos videos de torneos de esa época para ver lo grandioso que había sido en su tiempo.

Cuando le comentó que ella quería ser una blader y le pedía que le enseñara ya hacía años, recibió una negativa respuesta, agregándole que no era un juego para alguien como ella.

Ante sus palabras, su yo pequeña pensó que se refería a sus clases y las clases fuera de la escuela, por lo cual se empeñó en mejorar. En las asignaturas aprobaba, aunque no con una nota sobresaliente. Mientras que en lo demás, siempre procuraba salir medalla de plata u oro.

Pero su padre jamás le dio el sí.

¿Entrenar a escondidas? Tampoco funcionaba, casi siempre la encontraba su hermano Goh, y raras veces su progenitor.

Siguieron hablando de otros temas respecto al campo, distrayendo a ______ de volver a pensar en su casa. Extrañaba y eso lo tenía claro. Pero el maldito orgullo que heredó de su padre, por los momentos se lo negaba a sí misma.

[...]

Naru le indicó que podía dar una vuelta por allí si quería, y si necesitaba ayuda, que la llamara. Lo primero que pensó la muchacha fue ir a ver las vacas. Cuando había pasado por el granero con la niña, muy apenas las vio.

Se asomó ligeramente por la entrada de este mismo, notándolas amontonadas como si esperarán algo.

—Hola...— dijo suave, para comenzar a acercarse despacio, tal y como le permitía su tobillo —No muerden, ¿cierto?— preguntó con un poco de inseguridad.

Oyó un mugido de una de ellas, haciendo que se detuviera unos segundos sorprendida.

—Ay, hacen igual que en los libros infantiles— dibujó una pequeña sonrisa, retomando su plan de acercarse.

Una se le quedó viendo tras que se parara frente a ella. Sin intentar verla a los ojos, _____ estiró una de sus manos a la cabeza de esa vaca, para intentar acariciarla. Pero la llevó rápidamente a su pecho, nerviosa. Era la primera vez que tenía ante sí un animal de los que no acostumbraba, como un perro o un gato.

Ante su reacción, la vaca agachó su cabeza, esperando a que la acariciara. La chica al comienzo no comprendió lo que hacía, pero optó por intentarlo una última vez por lo menos.

Y esta vez sí.

—Aw... Son tan lindas— dijo encantada, para luego soltar una pequeña queja por su tobillo. Era momento de sentarse.

Buscó con la mirada algún asiento por allí cerca, hasta divisar un pequeño banco. Se sentó con cuidado, quedándole bajo. Esperaba luego ingeniarselas para levantarse.

Apoyó un codo en su rodilla derecha, para colocar su mentón en la palma de la mano. Nunca esperó estar tan cerca de esos animales.

Mientras seguía viéndolas, oyó como el ruido de un motor se acercaba y finalmente se apagaba. Al parecer, el señor Akabane y su hijo habían llegado. En un rato iría a hablar con el mayor para saber respecto a su beyblade y, si tenía suerte, vería al muchacho para agradecerle.

TORPE SONRISA |Aiger Akabane y tú|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora