Veintisiete: La puerta del Perdón

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C A P Í T U L O  V E I N T I S I E T E

Mí habitación en el castillo es la misma de siempre. Grande, morada, pacífica. Sin embargo, nada se siente igual.

No me siento cómoda estando aquí, me siento como... una intrusa. Pero es el único plan que tenemos y hay que apegarnos a él. Para deshacernos de la falsa Ceilen y que la reina de Francia pueda regresar a su vida normal.

Y he de admitir, que todos tuvieron razón al decirme que mí mundo giraba en torno a Dorian. Porque ahora que el no está, no sé qué hacer, no me motivo, no encuentro un camino al cual seguir. Me siento... perdida.

Ahora, acostada sobre las suaves mantas que han sido de mí cama, de mí cuarto, por tanto tiempo... no logro conciliar el sueño.

—Vamos, Davina —me animo, cerrando los ojos con fuerza y buscando una posición cómoda para dormirme de una vez por todas— Cuenta ovejas y te dormirás. 1, 2, 3, 4, 5...

No está funcionando.

Intento dormirme, cuando de pronto el sonido de unas botas contra el suelo llaman mí atención. Me levanto inmediatamente, colocándome de forma rápida un vestido bordó, para no aparecer en pijama.

Me río en silencio, desesperada por tener algo que hacer. Ya acepté que no iba dormirme más.

Salgo de la habitación, recorriendo el iluminado pasillo (por antorchas) con los ojos. El dueño de los pasos es el príncipe... Rey, Thomas. Quién con su uniforme de la guardia negra y una gran espada, se pasea frente a las habitaciones aledañas a la mía.

—¿Thomas? —lo llamo, a sabiendas de que es un error. Pero vamos, ni siquiera lo he saludado correctamente. Me está dando alojamiento, no puedo ignorarlo de por vida.

—Vete a dormir, Davina —ordena, acelerando el paso. Hago lo mismo, buscando alcanzarlo.

—¿A dónde vas? ¿A donde vamos? —sonrío tímidamente, siguiendo el consejo de los chicos. No puedo esperar que me de tanta confianza luego de todo lo que pasó entre nosotros. Hay que ir... despacio.

Lo cual no me gusta mucho, yo soy más acelerada. Pero en fin, hay que adaptarse a las circunstancias.

—No recuerdo haberte invitado —me dedica una mirada cansada— Es madrugada, ¿No duermes?

—No puedo —confieso y me alegra el hecho de que su mirada se suaviza. Bueno, Thomas no está siendo tan duro conmigo (por el momento). —¿Y tú por qué estás despierto?

—Ésta hora es beneficiosa para recorrer el pueblo, sin que los súbditos me acosen. Puedo ver que les falta, y analizar la economía y la situación del Reino —me explica con paciencia, aunque no me mira, continúa serio mientras bajamos las escaleras.

—Eso suena tan... reinistico.

—Esa no es una palabra —me mira por primera vez en el día, haciéndome sonreír.

Aunque rápidamente me retracto. Ir despacio, Davina.

—¿Quién lo dice? —me encojo de hombros y llegamos al piso principal del gran castillo— Eh, ¿Puedo acompañarte?

Espero tranquilamente su respuesta, por fuera. Pues por dentro me estoy muriendo de los nervios. Tratar con éste actual Thomas no es nada fácil.

—No sé si sea buena idea —se detuvo, para mirarme con seriedad— Estoy comprometido, Davina. Y aunque no sé si me consideraste algo, alguna vez. Yo sí lo hice, por eso no es correcto pasar tiempo a solas con mí ex si estoy intentando cortejar a otra.

DORIAN Y EL REINADO OSCURO | IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora