Treinta y cuatro: Sacrificio

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C A P Í T U L O
  T R E I N T A  Y  C U A T R O

Davina.

Atenas, Grecia

Estaba consciente de que iba soñar, o más bien tener una pesadilla.

También sabía que la encontraría allí, porque está dentro de mí.

Puedo observar su grotesca sonrisa sangrante y aquel pelo largo y oscuro. Sus manos, decoradas con largas garras marrones, en sus dedos esqueléticos. Se burla de mí.

Voy a matarte Davina —su voz femenina queda opacada por un tono monstruoso— No quedará ningún trozo de ti que puedan llorar.

No siento miedo, ni desespero. Noto al muchacho que trae en sus manos, como se apega a el como si fuera un muñeco. Su muñeco.

Aquel muchacho es Dorian.

—No —le digo con suavidad— Yo te mataré a tí... y no quedará ni siquiera una partícula de polvo al que puedas regresar. Tus horas están contadas, Bellatrix.

La bruja sonríe, luego pasa a reírse. Una risa macabra que se va haciendo más y más fuerte.

Decido despertar.

. . .

—Tu cabello está más largo —dice Pryanka, mientras me lo trenza.

Sonrío, aunque no me vea.

—Su crecimiento me recuerda que soy humana —murmuro, volteando a mirar a Raphael y Alexander a lo lejos. No están muy pendientes de nosotros.

—Pareces estar algo reflexiva desde ayer —miro a la pelinegra y ella enarca una ceja.

Ayer dormimos como bebés, bajo la protección y oscuridad de la iglesia. Lo que me hace preguntarme donde estarán Thomas y los demás, que estarán haciendo. Espero que todos estén bien.

—Me asusta que me conozcas tan bien —hago un gesto de disgusto y suspiro— Estoy bien.

Evito decirle sobre mí conversación con Artemisa y como me ha cambiado mi forma de ver las cosas.

—No te creo, pero lo dejaré pasar —Pryanka sonríe y me da una palmadita en la cabeza— He terminado, has quedado muy bonita.

—Gracias —me levanto y le doy un abrazo. Ella sabe que no le estoy agradeciendo por la trenza, sino por algo más profundo.

Me alegra tanto que esté bien.

Pryanka y yo nos separamos. Ella se va junto a Alexander y comienzan a hablar de cosas que solo ellos saben. Raphael se acerca a mí, sentándose en la misma piedra en la que estoy.

Me cuesta observar sus ojos marrones y entender que nunca me ha traicionado. Aún me siento algo reacia con el. No puedo olvidar aquel enfrentamiento en el que casi me mata y a Thomas.

—Me odias —afirma, viendo mi expresión frívola.

—Una vez dijiste que te preocupas por mí —frunzo el ceño— ¿Eso fue real?

DORIAN Y EL REINADO OSCURO | IIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora