Capítulo 6

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La habitación de la princesa Swan era demasiado grande para que la ocupara una sola persona. Las paredes y el suelo estaban hechos de reluciente cristal, aunque no podía verse a través de él. En un lado de la habitación había un vitral que daba acceso a una terraza. Había una cama con dosel cubierta con sábanas de color celeste y las cortinas eran de encaje blanco. Había también un hermoso tocador tallado en caoba y un gran espejo empotrado en la pared, un gigantesco librero y un elegante sofá de color blanco. En un muro estaba colgado un retrato de la princesa, enmarcado en hoja de oro, donde aparecía Swan usando un largo vestido de color musgo y una tiara plateada adornaba su cabeza. En el retrato la acompañaba un niño pequeño idéntico a ella en todos sus rasgos, incluso en sus puntiagudas orejas y el par de alas que lucían en la espalda. El niño usaba un traje de color azul con detalles dorados y en su cabeza, adornando su cabello castaño con corte a lo paje, llevaba una corona plateada.

Aquella era una mañana fría y lluviosa. Swan estaba recostada en su cama, desnuda. Con sus brazos cubría sus senos, estaba recostada sobre su costado izquierdo. En su espalda había cientos de pequeños cortes marcados en un intenso color rojo. Cinco de ellos aún destilaban sangre. Sus alas estaban decaídas.

Alguien llamó a la puerta.

—Majestad, el desayuno.

—Voy en un minuto —respondió Swan.

Tardó unos segundos en recuperarse. Tomó una bata de seda para cubrir su desnudez. Abrió la puerta. Una elfa rubia, que usaba un delantal, la saludó con una sonrisa. Llevaba una bandeja de plata con el desayuno. Avena, jugo de naranja y ensalada de frutas. La bandeja iba adornada con una rosa en un florero de cristal.

La elfa rubia dejó la bandeja sobre el tocador de Swan y se retiró, no sin antes ofrecerle una reverencia. Swan volvió a cerrar la puerta. Se sintió asqueada al ver su desayuno. Volvieron a llamar a la puerta y ella entornó los ojos. Sólo quería estar sola.

—Majestad, abra la puerta.

Reconoció la voz, era un hombre. Abrió más velozmente la puerta y recibió a un apuesto caballero moreno. Iba vestido con un traje de porte medieval de color musgo y una espada colgaba de su cinturón de cuero negro. Su cabello era corto, rizado y de color negro. También tenía alas en la espalda.

—¿Puedo pasar?

—Me ofendería si no lo hiciera, Lord Century.

El caballero se adentró en la habitación y Swan volvió a cerrar la puerta. Ambos tomaron asiento en el sofá.

—¿Cómo se siente, princesa? Supe que Aythana la lastimó.

—Han sido sólo un par de azotes, nada de qué preocuparse. ¿Hay noticias de Flarium?

—Envié a cinco de mis hombres a buscarlo en los territorios cercanos al Paso de los Lobos, pero no lograron encontrarlo. Y como usted sabe, no podemos atravesar los territorios de la manada de Jaku.

—¡Tengo que hablar con él! ¡Necesito saber si esa humana que encontré en el bosque es...!

No pudo terminar la frase. Abruptamente, Lord Century la hizo callar tapando su boca con una mano.

—Lo lamento, alteza. Usted sabe que ese nombre está prohibido. Si Aythana la escucha decirlo...

Swan retiró con violencia la mano de Lord Century.

—Me mantendré en silencio si usted trae a Flarium.

—No podemos buscarlo más allá del Paso de los Lobos.

Los Cuentos de AstariaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora