Capítulo 8

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Lord Century se refugió en la calidez de su hogar. Se llevó una sorpresa al ver que alguien lo esperaba ahí dentro. Se detuvo en seco y tuvo el impulso de desenvainar la espada. El visitante era un hombre alto, fornido y de tez tan blanca como la nieve, tenía un par de alas traslúcidas y puntiagudas en la espalda que lo señalaban como parte de la realeza. Su cabello lacio y con corte a lo paje era de color negro azabache. Sus pequeños ojos eran de color celeste y perdían atractivo gracias a sus tupidas cejas negras. En su anguloso rostro crecía una barba de candado y bajo su nariz aguileña había un poblado bigote negro. Vestía con ropajes de color azul marino. Llevaba colgando de su cinturón de cuero una espada de empuñadura dorada. Lord Century lo fulminó con la mirada para luego inclinarse y recibir al intruso.

—Lord Horus.

—Buena noche, Lord Century.

Lord Century no supo cómo responder. Dijo lo primero que se le ocurrió para librarse de él.

—He salido a estirar las piernas un momento. Ahora, Lord Horus, quisiera dormir.

Por experiencia sabía que Lord Horus no era de fiar. Debía deshacerse de él tan pronto como le fuera posible. Su coartada no funcionó, Lord Horus lo miró fijamente y esbozó una sonrisa socarrona antes de responder.

—Nunca ha sido un buen mentiroso, Lord Century. He venido en busca de información, y usted va a responder todas mis preguntas.

Estaba perdido. Lord Horus no se iría, Aythana lo había enviado sin duda. No era un secreto para nadie en Astaria que aquél hombre se había doblegado ante ella. Lord Century asintió lentamente con la cabeza y respondió con cautela.

—Lo escucho, Lord Horus.

Acompañó sus palabras con una leve inclinación de la cabeza.

—Mi hija, ha desaparecido esta mañana.

—¿La señorita Swan desapareció? —exclamó Lord Century intentando escucharse horrorizado. No lo consiguió.

—Dígame a dónde ha ido mi hija, Lord Century. Es una orden.

—No debería sorprenderle saber que la señorita Swan no soporta vivir bajo el mismo techo que Aythana. Quizá ha ido a refugiarse en algún escondite para no tener que luchar con la presencia de...

Se vio interrumpido cuando Lord Horus avanzó hasta él y con violencia le tomó por el cuello para estrellarlo contra un muro. Aprisionaba con tal fuerza su garganta que la respiración se le dificultaba.

—Te lo preguntaré por última vez, Lord Century. Te ordeno que me digas a dónde ha ido mi hija.

—Mátame ahora si es tu voluntad, Horus. Así cortes mi cuerpo en mil pedazos, jamás te diré dónde se esconde la señorita Swan.

Aquello equivalía a una confesión y se reprimió mentalmente por haber hablado con tal soltura. Sin embargo, decía toda la verdad. Así Lord Horus lo hiciera víctima de las más inimaginables torturas, no sería capaz de entregar nunca a su querida princesa. Lord Horus respiraba con pesadez y en sus ojos podía verse un brillo siniestro, asesino incluso. Lanzó con furia a Lord Century al suelo de la habitación y le propinó una fuerte patada en la cabeza para empujarlo a la inconsciencia.

Intentó relajarse antes de arrastrar el cuerpo del inconsciente caballero hasta su corcel, un caballo negro que lo esperaba a un kilómetro de aquél sitio. Cargó con él como con un costal de patatas y emprendió su camino de vuelta al castillo. Lord Century sería la carnada perfecta para hacer que su hija volviera a su lado. Y entonces tendría una razón para enjuiciarla por alta traición.

Los Cuentos de AstariaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora