CAPÍTULO 1

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¿Sabías que algunas estrellas supergigantes como la estrella Naos, con una luminosidad ,aproximadamente, un millón de veces mayor que la que posee el Sol, tienen una vida breve a diferencia de las llamadas estrellas enanas? Esto se debe a que consumen energía a un ritmo muy elevado por lo que agotan su combustible nuclear en unos pocos millones de años y explotan como supernovas al final de sus vidas.

Una "supernova" es una estrella en explosión que libera una gran cantidad de energía; se manifiesta por un aumento notable de la intensidad del brillo o por su aparición en un punto del espacio vacío aparentemente.

Hace exactamente 13 meses y algunos días que mi hermana dejó este mundo. Naos era una apasionada de la astrología, se pasaba las tardes hablando sobre estrellas y contándome todo lo que sabía sobre ellas. Siempre me hablaba sobre lo feliz que se sentía por compartir nombre con una de las más conocidas, la estrella Naos.

Mi hermana hacía más que justicia a la estrella que lleva su nombre, era una persona con luz propia. Siempre estaba para los demás, era amable, escuchaba siempre con atención y daba los mejores consejos. Era ese tipo de persona que siempre lleva una sonrisa en la cara y que se pasa el día bromeando.

Naos era tres años mayor que yo, pero eso no impidió que fuésemos muy
unidas. Recuerdo que cuando era pequeña tenía miedo a la oscuridad, cosa que a Naos le irritaba constantemente. Una noche ya cansada, decidió llevarme a un descampado cerca de nuestra casa. Cuando llegamos se tumbó tranquilamente en el césped y me pidió que hiciese lo mismo. Una vez en esa posición, conforme señalaba a las estrellas me dijo:
"Leah, la oscuridad es tan necesaria como la luz, porque gracias a ella podemos observar el brillo de aquellas cosas que oculta la claridad"

Desde entonces, mi hermana y yo nos escapábamos durante la noche a cualquier lado donde se apreciasen las estrellas. Allí, Naos se podía pasar hablando horas sobre ellas mientras que yo la escuchaba con una sonrisa.

En su quinceavo cumpleaños mis padres regalaron a Naos un telescopio, el cual mi hermana colocó en el patio delantero de nuestra casa. Este permaneció allí año tras año. Seguía haciéndolo cuando yo termine de hacer la maleta y me alejaba de la casa en la que me crie, o lo que quedaba de ella.

Tras la muerte de mi hermana, mi familia no había vuelto a ser la misma. Mis padres intentaban ser fuertes delante de mí, pero ellos no estaban bien, y eso es algo muy difícil de esconder. Empezaron a discutir a todas horas y acabaron por separarse. Mi padre se fue a vivir a un piso en una ciudad cerca de nuestra casa de siempre, en la que yo me quede a vivir con mi madre.

En un inicio, antes de que ocurriese el accidente, yo acudiría a la misma universidad a la que fue mi hermana, en mi ciudad natal y seguiría viviendo en mi casa, con mi padre, mi madre y mi hermana. La muerte de Naos fue el desencadenante de que decidiese buscar universidades en otras ciudades, así que eché becas en la mayoría de ellas cerca de mí. Al principio no recibí ningún tipo de respuesta positiva, pero unos meses después una universidad a unas horas de mi casa aceptó darme la beca que necesitaba.

Solté un suspiro alejando todos esos pensamientos de mi cabeza y me centré en el gran campus que se divisaba a mi alrededor. Una ligera sonrisa se asomó en mis labios al darme cuenta de que era tal y como parecía en las fotos que vi por internet. A Naos le hubiese encantado este lugar. Desde donde me encontraba se podía ver una muy cuidada vegetación que desencadenaba en un gran edificio que tenía un aire antiguo, pero sin dejar de parecer moderno.

La residencia en la que había alquilado habitación se encontraba a apenas cinco minutos del edificio central de la universidad, así que decidí dejar el coche en el parking y dirigirme a pie hacía allí.

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Tras hablar con la chica del mostrador y recibir la llave de mi habitación, subí las escaleras arrastrando mi maleta conmigo y me introduje en el que sería mi nuevo hogar durante mis años universitarios. Fijé la vista en la cama contigua a la mía y me di cuenta de que mi compañera de habitación aún no había llegado. Mejor, no me apetecía tener que socializar ahora mismo con nadie, y menos aún con alguien que no conocía.

Sin nada mejor que hacer y con el objetivo de conocer un poco más el campus antes de mi primer día de clases decidí coger mi libro e intentar buscar un sitio tranquilo para poder leer.

Llevaba andando un par de minutos cuando divise un gran campo de futbol frente a mí, mire la hora y asumí que ya era bastante tarde para que alguien viniese a entrenar, así que me acomodé en una de las gradas del fondo y me sumergí de nuevo en la historia de Allison y Elliot, protagonistas del libro que estaba leyendo.

Estaba tan ensimismada en la lectura que al oír ruido no le di la más mínima importancia. Minutos después sentí como algo me golpeaba fuertemente la cabeza.

Aparte la vista bruscamente de las páginas y divise una gran figura frente mí.

-Perdón, se nos ha ido un poco el balón- dijo un chico intentando justificar el golpe.

Me fijé en él, era alto, castaño, de ojos verdes, musculoso y el uniforme que llevaba le sentaba más que bien. Mentiría si no dijese que estuve mirándolo durante unos cuantos segundos más de los que debería.

- ¿Estas tan enfadada que ni siquiera vas a responder a mi disculpa? - salí de mi ensoñación al escucharle hablar. Hice una mueca.

- ¿Perdón? - pregunté con incredulidad hacia su último comentario.

-El que te está pidiendo perdón soy yo, nena.

Volví a mirarlo, pero esta vez con indignación saliendo por cada poro de mi piel. ¿Me acababa de llamar "nena"? ¿Pero quién se cree?

Él al ver que no le respondía, decidió seguir con la conversación, o más bien monólogo, puesto que no recibía ninguna respuesta de mi parte.

- ¿Te he hecho daño? ¿Estás bien? - hizo un amago de tocarme la cara, pero me eche para atrás inmediatamente.

-Estoy genial, muchas gracias por preguntar.

El chico cuyo nombre no conocía apartó la mirada de mi cara y la desvío hacia mi libro en el cual se podía observar todo el café derramado sobre él. Vaya puntería tenía, no sólo me había dado a mi si no que el balón había dado también al café que tenía al lado.

-Te puedo comprar uno igual si quieres- me dijo.

Empecé a recoger mis cosas (o lo que quedaba de ellas) sin prestarle ni el más mínimo de atención. Estaba enfadada. Muy enfadada. Y no me apetecía nada lidiar con un capullo como él ahora mismo.

-Oye espera, ha sido sin querer, de verdad, no estamos acostumbrados a que haya gente a estas horas en las gradas-balbuceó, tratando de justificarse.

-Pues ya ves que a veces sí que hay, podrías mirar más allá de tus narices de vez en cuando- le respondí con destellos de ira saliendo por cada poro de mi piel.

Él se río. Así sin más, una carcajada libre, alta y sonora. Eso me enfureció aún más. Él, el maldito chico que no sólo me había golpeado, sino que había echado a perder uno de mis libros favoritos se estaba riendo.

- ¿Se puede saber que te hace tanta gracia? - le pregunté, sin ningún tipo de paciencia.

No deje que me respondiese, empecé a andar en su dirección opuesta con una gran furia.

-Oye, espera-le escuche decir.

Me di la vuelta impaciente esperando a que dijese la última tontería que estaba dispuesta a escucharle.

- ¿Cómo te llamas? - me preguntó

-Leah.

-Leah- repitió.

Por alguna razón eso me había sonado mucho mejor de lo que debería.

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7/03/23

La Estrella Que Nos UnióDonde viven las historias. Descúbrelo ahora