CAPÍTULO 10

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LEAH

Llevaba al menos media hora sin sentir las piernas. Intenté estirarlas, pero la persona que estaba delante de mí había decidido echar su asiento hacía atrás, de tal manera que se me hacía imposible encontrar una posición cómoda, o al menos una en la que llegase un poco de sangre a algunas partes de mi pobre cuerpo.

A veces odiaba el transporte público, especialmente cuando tenía que hacer viajes largos, pero cuando recibí el mensaje de mi madre sobre una cena el viernes por la noche asumí que era mucho mejor lidiar con un viaje de tres horas a que mis padres decidiesen ir hasta la universidad. Sin embargo, no contaba con que este viaje tuviese como consecuencia que mi pequeña enemistad con la sociedad fuese a aumentar tanto.

Me centré en el paisaje industrial que se ceñía a mi alrededor mientras el autobús seguía avanzando. Tuve que revisar el móvil un par de veces para confirmar el recorrido y asegurarme de que estaba en la ruta correcta. Me sentía extraña al volver a mi pueblo natal y dejar atrás Londres. No entendía cómo, pero en el mes que llevaba viviendo allí había conseguido sentirme totalmente cómoda, no sólo conmigo misma, sino también con el ambiente y las personas de mi universidad.

Era consciente de que, en cierta parte, esto se debía a Becca. Ella había sido quien me había presentado a su grupo de amigos nada más llegar y había luchado hasta que yo misma me considerase una más, porque estoy segura de que ella me lo había considerado desde el primer día. Cierta parte de mi iba a echar en falta su compañía durante estos días más de lo que me gustaría admitir.

Y no solo la suya.

Inmediatamente, pensé en el chico de ojos verdes. No podía no admitir que una parte de mi iba a echar en falta sus chistes malos y sus comentarios despectivos hacia Taylor Swift. Pero como he dicho, solo lo hará una pequeñísima parte de mí.

Pasados unos minutos el autobús paró en mi parada y bajé con mi pequeña maleta. Seguidamente llamé a un taxi, que tras un corto trayecto paró justo en frente del pequeño jardín delantero que adornaba la casa en la que pasé toda mi infancia.

Por alguna razón, no podía moverme. Sentí mis pies clavados en el suelo y como una fuerza invisible impedía de manera total su movimiento. Esa sensación empeoró aún más cuando al recorrer el jardín con la mirada mis ojos se clavaron en el telescopio, pude notar que aún seguía ligeramente inclinado, por lo que nadie se había atrevido a tocarlo. Inmediatamente sentí un gran alivio recorrer cada parte de mi cuerpo, aunque aun así no podía evitar estar en un estado de tensión constante.

Tragué saliva conforme avanzaba hacía la puerta. La incertidumbre del motivo de esta cena aumentaba mi inquietud y más aún el saber que tendría que quedarme allí hasta el domingo por la tarde, ya que no había ningún otro autobús que llegase a la capital hasta entonces.

Pronto me visualicé frente a la puerta. Decidí no darle más vueltas y tocar al fin el timbre. Enseguida apareció mi madre. Lucía un pequeño delantal que se ceñía sobre su pequeña cintura y como peinado poseía un moño alto bastante desordenado, tenía en sus manos una bandeja rectangular con un trapo sobre ella, de tal manera que no podía observar que había en su interior.

Aun así, lo que consiguió sorprenderme más fue la brillante sonrisa que adornaba su cara. Sus ojos parecían haber adquirido un brillo especial mientras, al abrir la puerta, me observaba.

-Leah cariño, creo que estás más guapa aún ahora que la última vez que te vi.

Me eché un pequeño vistazo. Mi ropa estaba ligeramente arrugada debido a los miles de intentos por encontrar una postura cómoda y, aunque no había tenido la oportunidad de mirarme en un espejo, supuse que mi pelo debía parecer un pequeño nido de pájaros y mis ojeras debían ser más que notorias. Si de verdad estaba ahora más guapa que hace unas semanas, antes debía dar miedo solo verme.

La Estrella Que Nos UnióDonde viven las historias. Descúbrelo ahora