En su camino al altar Lucerys había pensado en todas las posibles muertes que Aemond le daría en la noche de bodas. Todos esos años había tratado de tranquilizarse, su madre también lo había intentado, pero todo se reducía al miedo que ahora sentía...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Ahora se había vuelto difícil diferenciar cuando fingían y cuando actuaban de manera genuina. Aemond ya ni siquiera podía diferenciar la sonrisa real del omega o la falsa, cuando antes le eran totalmente opuestas; quizás se habían acostumbrado demasiado y ahora la cortina de lino que los separó por tanto tiempo se volvía seda translucida, donde no solo podían ver sus siluetas, sino sus colores.
Ya conocía demasiadas cosas de Lucerys, más de las que jamás quiso conocer. Conocía sus colores favoritos, que eran los claros grises y azules y descubrió que en realidad no era un inútil como pensó en un principio. El valyrio de su sobrino era mucho mejor que el suyo y su dorniense hizo quedar a Aemond como un bebé balbuceante frente al príncipe del reino del sol. Más allá de su habilidad con la lengua, su sobrino parecía tener habilidad para los estudios. Algo en común, hasta que discutieron por su rey favorito.
Los dornienses parecieron incomodos al despedirse de ellos cuando partieron al norte nuevamente, y fingieron que no habían escuchado las peleas recurrentes en sus habitaciones debido al acercamiento que le parecía impropio del príncipe a su sobrino. En Antigua sus familiares no parecieron tan silenciosos como los dornienses, riéndose en sus caras al desayuno tras las batallas nocturnas. Satisfechos de encontrar que todo aquello era una farsa... hasta llegar a Harrenhal.
Fue agradable volverse a encontrar con Alyss, y fue divertido ver como la mujer evitaba a su sobrino cuanto pudiera, tratando de no hablar de la evidente razón del porque se había marchado de Kings Landing sin decirle a nadie. Aunque, no fue tan divertido verla evitarlo a él, Aemond aun no sabía como es que de un día para otro la mujer solo desapareció sin dejar rastro de la ciudadela, no dejando más que un cuervo para Lucerys... con una despedida.
Dijo que tenía deberes...
El rubio no podía hacer más que seguir fingiendo su felicidad de manera humillante en Riverlands, ni siquiera lo intentaba y no le importaba que los demás se percatasen de que le molestaba en gran manera estar ahí, mirando como su sobrino se pegaba como sanguijuela a la mujer, desplazando su lugar, como si el alfa ahora solo fuera un sirviente, ¿De quien?... quizá de ambos, supuso que ya era tarde para elegir.