Matrimonio

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Siete años de casados habían dado a Hannibal una perspectiva real de lo que necesitaba. Sin hijos, tan sólo Bedelia y él, y una montaña de experiencias a sus espaldas en forma de viajes por el mundo.

- ¿Eres feliz, Hannibal?

Una pregunta difícil. Hannibal mira a su esposa, le acerca una Copa y la choca con la suya.

No responde.

Están en el hotel más lujoso de Florencia. Ambos son psiquiatras de renombre, se conocen desde hace tantos años que en la memoria de Hannibal se entremezclan los momentos donde sólo eran colegas de aquellos en los que empezaban a ser pareja.

Pero hay un recuerdo que en la mente de Hannibal permanece presente, un constante diario.

Will Graham.

A sus 50 años Hannibal no sabe responder si ama a su esposa. Hace tanto que no tienen sēxo que su relación se asemeja más a una profunda amistad donde se conocen tanto que tienen miedo de que otras personas les rechacen. Por eso siguen juntos. La comodidad del apego, de las experiencias compartidas y sobretodo del mal conocido, ha hecho demasiado daño al mundo. Estoy contigo porque, sino, ¿con quién estaría, tal y como está la sociedad?

Hannibal Lecter piensa en Will Graham. Tiene más de diez años menos que él y lo ve cada día en la cafetería donde desayuna. Sabe su nombre porque las jóvenes camareras - y alguno que otro camarero curioso - le hablan con confianza, y Hannibal no pierde detalle mientras se toma su café antes de entrar a trabajar.

Castaño, con rizos en su frente. Ojos azules, los más azules que Hannibal ha visto. Cuando piensa en los ojos de Will - y lo hace a menudo - piensa en las aguas cristalinas del Caribe. Se imagina sumergiéndose en esas aguas y siente... paz.
Will Graham es profesor en la Universidad, aunque Hannibal no sabe exactamente de qué. A veces, en la distancia, le observa corregir exámenes en las últimas horas, lo que denota que Will es un hombre cuya vida es caótica.

Con lo que a Hannibal le gusta el orden.

Un café muy cargado, sin azúcar, y la bollería del día.
Siempre la misma frase, siempre el mismo desayuno.

Con lo que a Hannibal le gusta la cocina, la buena cocina. Jamás pediría algo industrial.

- ¿Eres feliz, Hannibal?

De nuevo, su esposa le pregunta. No puede no responder esta vez.

- ¿Lo eres tú, querida? - se coloca tras ella, bajandole la cremallera del vestido.

- ¿Qué es la felicidad? - Bedelia mira a su esposo a través de su hombro.

Hannibal camina hacia la ventana. Piensa en Will Graham. ¿Es Will, feliz? Lo desconoce. Uno no puede vislumbrar algo tan importante en tan sólo unos instantes diarios.
Cuando Will sonríe, Hannibal lo hace también en una mesa individual, algo alejado. Will se percata de la sonrisa de ese hombre misterioso, pero nada dice. Y, cada día, los dos hombres tienen ese encuentro fugaz que les permite escapar ni que sea un poco de la rutina. De la monotonía que al final desgasta.

Nunca han intercambiado palabras. Miradas, las justas. Dos desconocidos que comparten un precioso tiempo y que, al menos a uno de ellos - Hannibal - le sirve para plantearse su vida.

- La felicidad no es esto, Bedelia.

- Muchos estarían en desacuerdo contigo. Viajar les aporta felicidad.

- Quizá.

- ¿Qué es lo que buscas, Hannibal?

Hannibal se aleja de su esposa. Su instinto reprimido hace tanto tiempo, olvidado y descuidado en el Fondo de su corazón. Cuando era adolescente y estaba en el internado, en Francia, Hannibal se enamoró pérdida y locamente de un compañero. Fue tan feliz al descubrir que era recíproco. Esa felicidad la destrozó, la pateó ese mismo chico cuando un día, no sabe si por miedo, le rechazó abiertamente delante de todos, en el comedor. <<No soy marica>> le gritaba. <<Déjame en paz>>

Y Hannibal, su corazón herido, recogió cada pedazo saliendo adelante a golpes. No permitió ser el hazmerreír de nadie, y eso le granjeó muchas enemistades. Desde aquel momento esa parte de él se durmió profundamente, y Hannibal había llevado la vida que se esperaba que llevase.

- He conocido a alguien - quiere ser sincero.

- El joven de la cafetería.

Hannibal mira a Bedelia sin decir nada. Asiente.

- Podemos invitarle a cenar, si lo deseas.

- ¿Qué pretendes?

- Quiero que seas feliz, Hannibal.

Un paso osado el de su mujer. Entre ellos no hay tabúes, no de ese tipo. Salvo, quizá, aquel amor adolescente que Hannibal escondió profundamente junto con las risas y burlas de sus compañeros.

- Lo pensaré - besa el hombro de Bedelia.

Ella termina de ponerse cómoda. Él se acuesta en su cama - son camas separadas - y cierra los ojos.

Will Graham. El agua cristalina en su mirada, y una sonrisa que despierta recuerdos olvidados. Su café cargado, sin azúcar. Sus prisas de última hora.
Su caos.
Hannibal se acaba durmiendo, finalmente, y una tímida sonrisa aparece en su rostro.
Quizá esté soñando que habla con Will. Que es a él a quien Will dedica esa sonrisa mientras las aguas cristalinas lo atraen.

Mañana, tal vez, ese amor adolescente deje de dolerle tanto. Y sea la puerta hacia el yo que siempre debió ser.

Monotonía (COMPLETA)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora