Hacia una mañana soleada en el gran y hermoso valle de la primera montaña. Los habitantes del pueblo armaban sus típicas carpas para armas sus tiendas y vender sus productos. El hermoso cielo azul, daba la bienvenida a un día que destinaba a ser maravilloso.
En el centro del gran pueblo, una señora anciana tendía en el suelo una manta muñida y andrajosa, en dónde ponía encima, uno por uno, hermosas pero sucias vasijas de mármol; todas con increíble cuidado. Alrededor toda clase de personas hacían lo mismo, pero llenando sus mantas con comida, verduras, y toda clase de artilugios; todos listos para la venta. A la lejanía de aquel centro comercial, se alzaba un castillo hermoso y enorme que desprendía reflejos del intenso sol. La anciana que llevaba sus vasijas en una carreta, pidió a su vecino que cuidara de sus preciados productos:
-Sazi, por favor – dijo suplicando dulcemente – cuida de mis vasijas mientras llevo la carreta a mi casa, ¿Si?
Zasi asintió y la vieja anciana echo a andar la carreta.
En ese momento por el pueblo, con una túnica con capucha café remendada y sucia; paseaba un hombre misterioso. Por alguna razón su rostro era difícil de ver, pero parecía ser que ese era su objetivo. Recorrió su vista por cada uno de los puestos de venta, de las cuales la mayoría eran dueñas señoras de edad y algunos hombres adultos.
El extraño hombre paso al lado de Zasi, y su mirada se desvío al puesto de su vecina ausente.
-¿Quién atiende aquí, señora? – dijo el hombre con una voz nerviosa mientras se acercaba
-Es propiedad de Soriana, pero ella está ahora mismo devolviendo a su casa la carreta de su mercancía – dijo mirando fijamente al extraño hombre – si no te importaría esperar.... ¡Ah, ladrón!
Pero sus palabras quedaron atascadas tras la sorpresa. El hombre, con gran velocidad, había cogido una de las vasijas de Soriana e huido. De no ser porque el lugar estaba lleno de ancianas, alguien hubiera podido hacerle una persecución; pero las pobres ancianas solo podían gritar por ayuda.
El hombre corría de manera veloz. Evitaba y saltaba a la gente; volteo una carreta de mazorcas de un señor encorvado que pasaba por una concurrida calle. Ya no estaba en aquel lugar lleno de ancianas; sino que se hallaba en uno abarrotado de puestos de madera repleto de personas. La gente se separaba al verlo correr y al final del camino que había tomado, se vislumbraba una gran y imponente montaña.
Todo parecía ir a favor del ladrón, pero antes de pudiera tan siquiera llegar al pie de la montaña; una espada se clavo delante de él y se detuvo en seco. La espada era grande y de color rosa, que tenía en el mago una brillante piedra del mismo color. El ladrón palideció y volteo mirando hacia arriba, por donde la espada había llegado; pero no vio nada. Asustado, echo a correr a la dirección opuesta, pero algo lo hizo tropezar y callo de manera violenta en el suelo, boca abajo; giro su cuerpo y vio que una mujer alta, con una túnica blanca y el pelo rosado lo miraba con una sonrisa.
-¿Qué crees que hiciste? – dijo con voz risueña y sus ojos rosados brillaron por el sol - Crees que robarle a las ancianas es buena idea, ¿No?
Viendo que el ladrón intentaba huir desesperadamente, puso uno de sus pies encima de su pecho; la mirada del hombre parecía arrepentida y suplicante.
-Eso no es buena idea, chico – dijo mientras daba círculos con su pálida mano derecha alzada en el aire; la espada se arrancó del suelo y llegó volando hacia ella – pensé que había quedado claro que en este lugar a los ladrones los tratamos peor que a los rebeldes troles – apunto su espada directo a su garganta; recorrió su cuerpo con la punta y llegó hasta sus manos ; las cuales llevaban una bolsa de tela negra sucia y descolorida.
ESTÁS LEYENDO
La Agora y las gemas de la vida
ФэнтезиCon la Agora al mando, los habitantes de las tres montañas se ven protegidos por el poder de las gemas de la vida; las hermanas protectoras de cada ser vivo en el universo. Pero los malvados planes del monstruo que solía ser la gema de la vida roja...