6. El cielo ardera solo para él

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-¿Este libro de que trata? – dijo apuntando Con un dedo al libro de la llave maestra

-Eso no lo sé – se acercó a la Agora y saco el libro con cuidado, parecía que le doliese tocarlo – no he podido abrirlo.

La portada estaba aún más destruida, pero desprendía un extraño brillo dorado. En la parte inferior del libro había un nombre escrito; estaba tan viejo que apenas y se podía leer.

-Heka – murmuro la Agora - ¿Quién es?

-Supongo que el escritor de los libros o el dueño de ellos. También he de suponer que era el dueño de la casa hace muchos años. Me imagino que antes de morir le proporciono a la casa un encantamiento para que solo los magos pudieran verla – coloco el libro de nuevo en su sitio – fue el primero que intente abrir, pero también fue mi primera decepción.

-¿Qué crees que sea aquella llave? – dijo. Aquel era el único libro que gozaba de un acabado diferente al café o negro

-Bueno, una llave maestra es aquella capaz de abrir todo tipo de cerraduras...

La vista de Agora miraba los diferentes títulos de los libros. Iba desde maldiciones y sus protecciones hasta secretos del mago. Había uno que era el más grande que decía: Rituales antinaturales. Toda aquella librería tenía títulos que jamás había visto o leído. Sus libros siempre se basaban en la limitada vida de la primera montaña.

Sus ojos volvieron a posarse en el primer libro que había tomado Magnelio con las hermanas Arkemina escrito en el lomo. Al parecer los magos conocían todo sobre aquellas hermanas y por ende (naturalmente) sobre ella misma y las otras. Por un momento se arrepentía de haber tenido un mal historial con los magos; de no ser así tal vez antes (de no haber querido hacerse con el poder) le hubieran contado más sobre ella.

-Bueno. Ya te he dicho, no te mates pensando sobre esos temas – dijo impaciente – tu sabes mas de tu pasado que yo. El pasado no es quien nos hace lo que somos, es nuestro presente.

Tal vez tenía razón, pero no dejaban de pasarle por la cabeza la imagen de hablar con un mago y que le contará más sobre las hermanas Arkemina. Tal vez la idea era demasiado tentadora, pero también la atacaban deseos de ser mago para poder abrir cualquier libro e investigar por si sola.

Toda la mañana las hermanas Arkemina rondaron por la cabeza de la Agora.

Esa mañana se encontraba con Melody en los huertos; el cielo estaba despejado. Los huertos eran custodiados por la Hespérides; eran tres criaturas del tamaño de un perro adulto con rostros humanos hermosos y pálidos. En aquel momento se hallaban en un jardín cercano, tiradas a los pies de un árbol de naranjas. Las hermanas recogían vegetales a la luz de un sol potente. Las ganas de hablar sobre las hermanas Arkemina con Melody iban en aumento, y más que todo por la posibilidad de que su hermana supiera algo más; aunque aquello la hubiera hecho sentir mal y avergonzada.

El brillo de la hermosa piedra verde perla de Verita en su collar, fulminaba la mirada de la Agora. Estaba apunto de mencionar sus pensamientos cuando algo sucedió en el cielo. En lo alto, el cual estaba brillante y despejado, se había cubierto de nubes negras oscureciendo todo el lugar. Las nubes negras apenas habían aparecido cuando empezó a caer lo que parecía nieve.

-¿Esta nevando? – pregunto Melody viendo al cielo oscuro.

La Agora tendio una mano para atrapar un copo de nieve, cuando se percató de que no era nieve, si no ceniza. Las Hespérides llegaron corriendo de miedo y se ocultaban tras los pies de la Agora; jamás se les había visto tan asustadas. Las cenizas seguían cayendo y un olor a azufre se empezó a regar por todos lados. El cielo oscurecía cada vez más, como si las nubes estuvieran encendidas en una fuego apagado. De repente todo el cielo se llenó de un fuego intenso.

-¡Agora! – grito Melody. Llegó hasta su hermana y ambas se tomaron de manos - ¿Qué es esto?

La Agora no podía decir una palabra, el espectáculo de fuego apenas había empezado como desaparecido. El cielo empezó a volver a la normalidad, mientras la Hespérides salían de la túnica de la Agora con caras de susto.

Minutos más tarde, todo la primera montaña miraba hacia el cielo.

No había explicación para lo ocurrido, ni siquiera Magnelio que había llegado cerca del huerto minutos después. No podía explicarlo.

-Esto no es magia que yo conozca. No hay ningún ser en estas tierras capaz de hacer algo como aquello– dijo llegando a Agora.

Era cierto que no había ninguna criatura capaz de hacer semejante cosa. La opción menos congruente era la idea de magia, por obvias razones. Tal vez la única explicación era que algún malhechor de la segunda montaña había creado aquella riña en los cielos, pero ninguno tenía tal poder.

La única repuesta que salía de la mente de la Agora era aquella que su hermana había dicho la última vez que tuvo una pesadilla: "El cielo arderá solo para él..." la similitud de hechos creaba una tensión inmensa.

Después de reparar el cielo un rato en el huerto; la Agora, Magnelio y Melody se disponían a volver a sus hogares. Melody Iba concentrada en los vegetales que había podido conseguir antes del augurio mientras el sol pisaba los pasos de los tres. Los ojos de la Agora pasan de soslayo a las manos de Mangelio, las cuales venían surcadas de heridas recién creadas, algunas con sangre seca.

-¿Qué te sucedió? – pregunto Agora esperando que no fuera una pregunta muy personal

-¿Qué? Ah, si... - le acerco las heridas para que pudiera verlas mejor – intente abrir un libro de los que le robe a ese tal Heka... creo que fue mala idea.

-¿Fue el de la llave maestra? – pregunto. Al igual que las hermanas Arkemina, la llave maestra también esperaba su torno para salir a colación.

-No, ese libro no tiene posibilidad. Trataba de abrir Rituales antinaturales y creo que lo han protegido con un sortilegio más que poderoso – bajo sus manos y su mirada reflejo decepción.

-¿Has podido averiguar más sobre hermanas Arkemina? – preguntó con insistencia

-No... aunque los sortilegios de estros libros que especuló hablan del tema no son tan poderosos – habían llegado a la entrada del castillo de la Agora cuando se detuvo– Hasta aquí te acompaño. Nos vemos....

Apenas había dicho aquellas palabras cuando un golpe duro retumbo dentro del castillo; Melody entraba por la gran puerta de madera. El sonido había sonado amenazador. Melody y la Agora decidieron subir las escaleras y buscar el producto del ruido; Magnelios se ofreció a acompañarlas.

Las escaleras parecían eternas; La Agora sostenía la espada y Mangelio tenía sus palmas al aire; Melody los seguia con cautela. Al llegar al primer rellano, un ruido sordo llegaba como una ventisca calida. Aquel ruido sordo llegaba desde la última habitación de puerta doradas: la habitación de Verita.

Cuando abrieron la puerta con paso decidido, Verita se hallaba parada de frente a la puerta con la boca abierta; un chorro de baba se le escapa por la comisura de los labios.

-¿Verita? – pregunto Melody asustada al ver que Verita no sé inmutaba en lo absoluto.

-¿Verita? – insistió Melody al notar que Verita no parpadeaba.

Apenas la Agora iba a emitir algún sonido cuando de repente, mientras el cuarto se calentaba de manera impresionante, Verita con una voz grave y autoritaria dijo:

-Ya llegó el momento.

La Agora y las gemas de la vidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora