Investigador solitario

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Una semana había pasado desde la última llamada de su madre exigiendo que consiguiera novia o programando otra agobiante cita a ciegas con alguna mujer con más senos que cerebro. Seguía sin comprender cuál era la necesidad de ella de casarlo, solo tenía veintiocho años, era bastante joven aún para contraer compromisos.

Eso fue lo que le dijo hace algún tiempo atrás, comentando que, en occidente, las personas se casaban alrededor de los treinta años. Pensó que su madre sería racional, incluso le mostró investigaciones de universidades estadounidense que confirmaban sus dichos, y que añadían que un matrimonio a los treinta era mucho más estable que uno en los veinte. Claro, eso solo lo decía para convencer a su madre, la verdad era que no tenía ni el más remoto deseo de casarse con nadie, nunca.

Por su lado, su madre al escuchar lo anterior, no levantó la voz ni nada por el estilo, la cultura japonesa no acostumbraba a ese tipo de reacción. Aunque pensándolo bien habría preferido un grito, incluso un golpe, todo eso habría sido mejor a esa ira silenciosa. Por el contrario, su madre solo lo miro, decepcionada.

"Esto no es occidente y tú no eres occidental, eres asiático, y en Asia casarse a los veintiocho años ya es tarde" el tono de su madre era seco cuando dijo esto, luego añadió.

"Tu rechazo a casarte es solo por tu obsesión con tus investigaciones, esto está escalando alturas imposibles, ¡solo mírate!" dijo haciendo un gesto despectivo hacia mí. "Estás más delgado, tienes ojeras... y estoy segura que esa mancha que tienes en la camisa es la misma que la que tenías hace dos semanas, por no hablar sobre tu casa..."

Miró alrededor. Una sala vacía, sin televisor, ni radio, ni nada, solo un futón para dormir en un rincón. Una lavadora que aún tenía el sello de seguridad puesto y un par de botellas de agua en la nevera.

"No tienes ni siquiera un poco de arroz, ¿¡quién en Japón no tiene arroz!?... Esto no puede seguir así." Su nivel de histeria iba aumentando con cada palabra que decía.

Fue esto último lo que le hizo responderle, un poco exasperado.

"Si tanto quieres que me case, pues búscame una esposa. Yo no tengo ni el tiempo, ni el ánimo" En su cabeza responderle eso a su madre se basó en un simple razonamiento. Si le dejo la tarea de buscar una mujer adecuada y que cumpla sus exigencias, podría tardar meses incluso años. Podré enfocarme en mi investigación tranquilamente.

Gran error.

Los conocidos y familia cercana a ellos, siempre destacaban lo mucho que él se parecía a su padre. Un carácter calmado y racional, siempre tomando decisiones con la cabeza fría. Por ese mismo motivo tendía a olvidarse de un detalle fundamental en su genética y es que también era hijo de su madre. Tenaz, terco y sobre todo decidido.

Padre siempre reía cuando escuchaba a la gente destacar su parecido, murmurando un "Esta gente no sabe que eres igual que tu madre. Ambos son como coches de la fórmula 1. Veloces cuando se les pone una meta en frente. Nada los detendrá para conseguir sus objetivos."

Y si, él tenía razón, su madre se lanzó de cabeza a la búsqueda de una esposa.

La primera cita fue una trampa mortal. Ella lo llamó fingiendo sentirse mal. Él corrió hacia ella dejando su investigación de lado, era su madre después de todo.

La dirección le pareció un poco extraña pero no estaba en el ánimo de analizar la información, ese fue su primer error. Cuando llegó al sitio indicado, lo hicieron pasar a una sala y antes de que pudiera darse cuenta de lo que hacía, un grupo de hombres le cambio ropa, peinó y perfumó para luego arrojarlo dentro de una sala elegantemente decoradas.

Su cerebro en un total colapso comenzó a analizar la información, notando pequeños detalles.

"Señor, le dejaron está nota" una camarera había entrado a la habitación con una nota sobre una bandeja de plata. Él la tomo y leyó, sintiendo como la ira comenzaba a consumir su raciocinio.

Un Último DeseoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora