Capítulo 1

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Las hojas de tonos verdes interrumpían mi visión, las puntas de las ramas se incrustaban en mi brazo, y mis piernas dolían por mantener tanto tiempo una posición agachada.

—¿Están seguros de que ellos son aurores?

—Shh —papá me calló colocando un dedo sobre su boca—. Nos van a descubrir.

Arrojé mi libreta al piso, y me acosté en la hierba, bostezando. Llegamos al lugar de camping cerca del estadio una semana antes de la final, debido a que nuestras entradas eran más baratas que las de los últimos días. No me quejaba, es más, rechacé las que me había ofrecido Gerald, el encargado squibb de la boticaria Ethelwold, para poder estar más cerca del suelo.

Por otro lado, llegar antes le había dado el suficiente tiempo a mi padre de empezar nuevos artículos. Aprovechando que tanta gente del ministerio estaba aquí cerca, reunía pruebas para sacar a luz la participación de los aurores en la conspiración de Roftang, o de los tratos inhumanos de Cornelius Fudge hacia todo aquel que no estuviera de su lado, incluyendo a los duendes que había convertido en tartas.

Después de esta semana de vigilancia, seguía sin tener ninguna prueba.

—Papá —susurré cuando volví a ponerme de cuclillas cerca de él—... ¿Qué te parece dividirnos? Yo seguiré vigilando en el primer prado, a los jefes de departamentos, y tú te quedas con Luna aquí, podemos reunirnos para preparar la cena cerca de la fuente.

—Está bien —dijo en tono alejado, usando un par de omniculares en dirección a dos aurores que platicaban animadamente frente a sus tiendas de acampar con chimeneas de las que salía humo—, pero no vayas a acercarte mucho, algún auror podría usar magia oscura o contagiarte de la enfermedad de las encías.

Accedí de inmediato y me giré para irme, dando una última mirada con tristeza a Luna, puesto que quería su compañía, pero ella estaba muy interesada en su propia investigación y prueba de unas espectrogafas caseras.

El almuerzo había sido hace unos minutos, por lo que tenía varias horas para seguir investigando el lugar, quizá leer un poco del libro que traje conmigo, y observar a todos los extranjeros que llegaban para el partido que sería hasta la noche de mañana. Mirar a todos esos magos era interesante, pero no tanto si era detrás de un arbusto con las piernas entumecidas.

Desde mi lugar, tenía que atravesar medio prado, para llegar al primero. Caminé bajando una colina, entre largas filas de tiendas. La mayoría eran casi normales, un obvio intento de hacerlas ver muggles, pero fallando estrepitosamente al agregarles chimeneas, timbres para la puerta o veletas. Por supuesto, había otros que ni siquiera se tomaban la molestia de intentar esconder su naturaleza mágica. Por ejemplo, la zona de Bulgaria, con las enormes pancartas de Viktor Krum parpadeando, o unos fans de Irlanda que cubrieron su tienda con tréboles.

La forma en que se adaptaban y fingían ser muggles decía mucho de cada familia. Muchos parecían darlo todo, pero la ropa mal combinada dejaba bastante en lo que pensar a los pobres dueños de esta tierra, a los que desmemorizaban unas 10 veces al día. El intento genuino era gracioso y un poco tierno, ya que solo demostraba su ignorancia en el tema. Aquellos que no tenían cuidado denotaban lo menos interesados que estaban en la cultura de los no magos o el desdén que sentían.

Parada frente a un mini palacio extravagante de seda a rayas en medio del primer prado, con varios pavos reales atados a la entrada, fue fácil saber que la familia que estuviera ahí dentro simplemente odiaba la idea de camuflarse.

—Sí, deben amar sobresalir.

—No, solo nos es inevitable.

Cerré los ojos mientras suspiraba. No podía ser otra familia.

Reencarné en El Cáliz de FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora