Vergüenza

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Cuando ya estábamos lo suficientemente lejos y pude corroborar que no había nadie siguiéndonos, busqué un lugar donde pasar la noche.

- ¡Es la segunda vez que te salvo el trasero!

- Prometo no volver a poner nuestra vida en peligro -contestó riéndose.

- No te creo nada -me detuve en el mostrador- Buenas noches, dos habitaciones, por favor.

- Lo lamento, solo queda una habitación con una sola cama.

Miré a Wanda buscando por aprobación, ella solo se encogió de hombros y yo pagué por la habitación. Solo necesitaba tomar una ducha, no sería la primera vez que duermo en el suelo. La habitación era acogedora, tenía un pequeño mueble en el que yo podría dormir sin problema.

- Dormiré en el mueble -busqué ropa limpia en la mochila, decidida a darme una ducha.

- No tienes porque hacerlo, la cama es bastante grande. Podemos dormir cómodas las dos -dejé la ropa encima de la pequeña mesa que había para mirarla.

- No quiero incomodar -sonreí de lado metiéndome al baño.

Estaba sudando del sofocón que me acaba de dar. No puedo pensar dormir en una misma cama con ella. No sé por qué me propone algo así. Lo que ha hecho estos días es tratar de matarme, a lo mejor sin querer, pero aún así, aún no creo que le agrade demasiado.
Además, he ocultado bastante bien a... ¿mi gran amigo? ¿Mi perdición? No sé ni cómo llamarle, pero ahora mismo la palabra traicionero es mi mejor apuesta. Toda mi vida, he ocultado quien soy, y muy poca gente sabe mi dilema...¿una dama con varita?

¡Natasha, concéntrate!

Encendí la llave del agua fría, algo tenía que ayudar. Buscaré hielo cuando salga de aquí. Un baño de hielo vendría bien. ¡Basta! Tienes los pensamientos a millón, tienes que calmarte, tal vez no vio nada, no notó nada. Si actúas raro se dará cuenta, y ahí sí será más incómodo. Después de que mis nervios se tranquilizaron un poco, salí de la ducha, sequé mi cabello, me puse mi sostén, y la toalla la coloqué en mi cintura. Al buscar mi ropa noté que la había dejado afuera, afuera donde estaba Wanda esperando que saliera del baño, y sería bastante incómodo que viera el calzoncillo que había enredado en mi ropa para que no lo notara cuando lo saqué de la mochila.

- ¡Tonta, tonta, tonta! -golpeé levemente mi frente con la palma de mi mano, sin pensarlo giré la perilla de la puerta, sacando mi cabeza, pero ella no estaba.

Caminé de manera rápida donde estaba mi ropa, pero al llegar a la puerta del baño, la puerta de la habitación se abrió y fui a buscar mi arma que estaba debajo de la cama, al ponerme de pie la toalla cayó al suelo y la cara de tomate de Wanda, detrás de una caja de pizza, fue lo único que mis ojos pudieron notar.

Avergonzada, tomé la toalla envolviéndome otra vez, tomé la ropa y me encerré en el baño. Vaya manera de esconder mi secreto. Juro que estuve en el baño por más de una hora luego de que sucedió todo. Wanda no se proveía bañar porque iba a quedarme encerrada aquí hasta que se cansara de esperar y se marchara. A lo mejor piensa que estoy muerta de vergüenza y se marcha antes sin explicación.

Dos toques en la puerta me sacaron de mis pensamientos.

- Romanoff -su voz amortiguada detrás de la puerta.

- Maximoff -contesté, aún avergonzada por la escena de hace un rato.

- La pizza está fría -fue lo único que dijo.

- No tengo hambre -pero sí tenía, las tripas se apoderaban de cada rincón de mi cavidad, haciendo que el dolor por hambre apareciera.

- No digas mentiras, no comemos no sé hace cuanto. Sal ya, no hablaremos de eso.

LA ESPÍADonde viven las historias. Descúbrelo ahora