Tienes razón

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Prepararme para el primer día de trabajo no es nada fácil. Es la primera vez que trabajo en una súper compañía, donde las personas que trabajan en ella son súper modelos. La dueña de la compañía, Natasha Romanoff, tiene fama por despedir a las personas porque sí, porque no y porque a veces se le antoja. Tenía que verme impecable, después de todo, era una empresa de marketing donde se promocionaban las mejores marcas de ropa, perfume y zapatos. Todos los días había una sesión de fotos diferentes, famosos buscando a la señorita Romanoff, y yo era la cara de la jefa. Sería su secretaria nueva, la número quince según Yelena. Mi mejor amiga y colega, fue la que me consiguió el puesto, ella trabajaba como coordinadora de eventos y promociones de la empresa. En vez de conseguir un puesto a su lado o bajo su supervisión, me consiguió el puesto con mayor probabilidad de quedarme desempleada de nuevo. Según ella mis facciones me ayudarían, no sé qué tan segura esté de eso. Soy de las personas más introvertidas que existe, y tener que hablar con celebridades, caminar en tacones y en vestidos provocadores o demasiado cortos no era lo mío.

Me desperté temprano con la esperanza de que mis nervios se aplacaran, la moda era el lenguaje de la empresa, saliéndome de mi zona de comfort estrené un vestido que compré por impulso, escotado en la espalda y en la parte de al frente. Yelena había dicho que esto se ponía sin sostén, pero la simple idea de que todos me vean la sombra de los pezones me ponía los nervios de punta. Me puse mi labial rojo y un maquillaje suave, el vestido era suficiente para llamar la atención, me coloqué los tacones, tomé mi bolsa y aún estaba a tiempo. Tomé un taxi hasta llegar al edificio, el edificio más grande de Nueva York con los cristales ahumados. Imposible de mirar hacia adentro, pero se veía todo desde adentro. Entré por las puertas giratorias, pero nadie notó o pareció importarle mi presencia. El caso era que ante todos, yo era la desarreglada, todo el mundo se veía impecable.

- Buenos días -me detuve frente al guardia que vigilaba los ascensores- Soy la secretaria de la señorita Romanoff.

- Tome esto papeles, puede firmar aquí -señaló un espacio del papel- y aquí está su tarjeta de acceso. Éxito -hice una mueca, a tipo de burla.

Firmé los papeles, papeles muy extraños que no logré leer en su totalidad, pero eran requisito para entrar. Me di acceso con la tarjeta y presioné al piso más alto, allí estaba la oficina. Envié un mensaje a Yelena, indicando que había llegado y que quería almorzar con ella si era posible. Guardé el celular en el bolso y en ese justo momento los elevadores se abrieron. La oficina era enorme, mi lugar estaba dividido de su oficina con cristales gigantes, de esos que puedes nublar para que sea imposible mirar adentro. Tenía un baño privado, el que solo usaría ella o eso imagino yo. Detrás de los cristales de su oficina, New York parecía estar a sus pies, literal era como si estuvieses volando. Dejé mi bolso encima del escritorio, pensaba sentarme, pero no sé si sea lo más profesional del mundo. El ordenador estaba encendido, pedía contraseña y el usuario. Busqué entre uno de los papeles que firmé y allí estaba. Me senté iniciando sesión, buscando la agenda y corroborando los pendientes del día. Verifiqué que su máquina de café estuviese encendida, no había notado que a un lado, había una pequeña cocina, pensaba que la gente rica siempre ordenaba comida afuera. Tiene que ser una loca, había una receta de cómo preparar su café, una lista de sus almuerzos por día y la hora que debía tomarlos, incluso cuando... ¿Sesiones privadas? Sí, definitivamente, es rara.

Las puertas se abrieron, pasó a mi lado sin dirigirme ni una palabra, me quedé un momento pensando si fue buena idea seguirle el juego a Yelena y trabajar aquí, pero cuando estaba dispuesta a ponerme de pie, ella venía caminando de espaldas.

- No sé cómo no pude notar semejante belleza -esbozó una sonrisa de oreja a oreja, muy diferente de como entró a la oficina.

- Muy buenos días, señorita Romanoff. Me llamo Wanda Maximoff, soy su nueva secretaria -extendí la mano, a la que ella tomó gustosa dándole la vuelta y dejando en ella un beso- Su café estará listo en un momento.

The SecretaryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora