Tu deber

638 48 14
                                    

Tal como lo había imaginado, pasamos por un sin número de casas de famosos. Parecía nunca acabar, pero en vez de doblar en alguna de ellas seguimos directo, no nos detuvimos en ninguna.

- ¿A dónde vamos?

- A casa -volvió a repetir mientras miraba su teléfono.

- Hemos pasado todas las casas y esta ruta solo lleva al... ¿aeropuerto?

- No dije a cuál de todas mis casas -despegó la mirada de su teléfono, prestándome atención.

- Tengo trabajo el lunes -giré la cabeza de manera rápida, si mi cuello fuera de galleta se hubiese partido.

- Y trabajas para mí.

- ¿No sería obvio que las dos faltáramos lunes? Además, no tengo nada de ropa.

- ¿Quién dijo que la necesitas?

Apreté mis labios sonriendo, esto no podía estar pasándome. Volví a mirar por la ventana, viendo como dejábamos a lo lejos New York. Unos minutos después, llegamos a un hangar donde solo había un jet privado de lujo, brillaba más que mi futuro. El piloto nos estaba esperando afuera, los interiores eran color crema con tonalidades doradas. Había una aeromoza a la cual le dio instrucciones estrictas de no salir de la cabina del piloto, a menos que ella se lo indicara.
En pocos minutos ya estábamos en movimiento. Ella había entrado al baño y me había dejado sentada. Debía hacerle caso, había firmado. Aún así miraba todo con detenimiento, ni en un millón de años me imaginaba que estaría aquí.

La puerta del baño se abrió, ya no tenía su chaqueta, llevaba las mangas de su camisa blanca enrolladas hasta los codos, los primeros botones de la camisa estaban sueltos, dejándome ver la silueta de sus pechos redondos. Un mechón de cabello corto se tambaleaba en su frente con cada paso que daba, se detuvo en frente de su bandeja de frascos de cristal, los líquidos iban desde tonos amarillos hasta un color tostado.

- ¿Quieres algo? -extendió su mano señalando los envases.

- No, gracias.

Caminó levemente, se detuvo frente a mí, mi rostro quedaba exactamente en su cinturón. Me quedé un momento pensando y descarté el pensamiento sucio que me acaba de llegar a la mente. Sentí sus dedos en mi mentón, elevándome la cabeza para poder conectar sus ojos.

- Si no estuvieses aprendiendo aún, te haría cosas que ni te imaginas.

- Estoy dispuesta a aprender -pasé mi lengua por mis labios, jamás la había encontrado tan seductora como ahora.

Dejó el vaso encima de la mesa.

- Dame tus manos -estaba quintando su cinturón de cuero, con un poco de miedo las extendí, enredó el cinturón en forma de esposas, metiendo mis manos ahí y ajustando con fuerza. Haló mis manos poniéndome de pie, sentadose en la otra silla. Me quedé de pie sin saber qué estaba pasando.

- En cuclillas y te acuestas en tu estómago.

Tragué seco ante su actitud, pero aún así procedí a hacer lo que me había indicado. El traje era tan corto que al hacerlo, se veía más de la mitad de mi ropa interior.

- ¿Te pusiste eso para mí? -me miraba desde donde estaba.

- Puede ser -giré la cabeza hacia donde ella.

Pude notar un bulto en sus pantalones al cual no le presté mucha importancia. Se puso de pie a buscar en uno de los cajones, sacó una pequeña paleta de cuero.

- Te subiré el vestido y te golpearé levemente. Aumentando la velocidad cada vez más. ¿De acuerdo?

Asentí sin decir nada. Pasó la paletas por mis piernas hasta levantar lo que faltaba de mi vestido, más allá de mi espalda baja. La ropa interior que me había puesto la ayudaba, la mayoría de mi trasero estaba en el aire. El primer golpe fue leve, no sé si llegó a gustarme. Volvió a golpear con más fuerza haciendo que se saliera un gemido de dolor, golpeó nuevamente, esta vez gemí más alto, sentía el area en llamas.

The SecretaryDonde viven las historias. Descúbrelo ahora