CAPÍTULO 4

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Para conmover, las palabras carecen de valor. Es en el alma donde yace la fuerza de la impresión.

—Lusian —balbuceé totalmente sorprendida. Mi estómago sufrió una invasión de mariposas con pequeñas garritas y casi me caí sobre mi trasero.

¿Qué demonios estaba haciendo Lu ahí? No fue el mejor momento para su aparición repentina, ya que un par de minutos atrás estaba teniendo sexo imaginario con él bajo el agua de la ducha.

Crucé los brazos sobre mi pecho, intentando disfrazar la vergüenza de estar semidesnuda frente a él. Gotas de agua caían de mi cabello, humedeciendo caminos desde mi clavícula hasta el inicio de mi escote. Sentí el aire frío correr desde las puntas de mis pies descalzos hasta mis muslos y sufrí de pequeños escalofríos, aunque no estuve segura de cuál debía ser la razón.

—Vamos, terror. Ya sé lo que hay debajo de esa toalla. No te pongas pudorosa —dijo en tono jocoso, mostrándome una sonrisa torcida que se burlaba de mí.

—Cállate —exigí presionando con más fuerza mis brazos sobre mi pecho, aferrándome a la toalla. Mis mejillas se ruborizaron, casi al punto de ver evaporándose el agua que aún humedecía mi rostro—. ¿Qué estás haciendo aquí?

—Vine a proponerte algo —contestó—. Voy a pasar. Prometo no quitarte la toalla.

Por el amor de aquel artista renacentista que dibujó a La Madonna del Prato. Esperaba que fuera mi mente, jugándome una mala pasada, el que Lusian hiciera esa broma. Yo no estaba en condiciones de jugar a las sátiras con él. Quería dormir, olvidar parte del viaje a Farmington (aunque parecía no estarlo haciendo muy bien) y regresar a la normalidad de mi vida en Florencia, sin preocupaciones sentimentales ni sexuales.

Fue deprimente notar cómo cambiaron hasta las cosas más pequeñas. Cuando en el pasado una broma de ese calibre me hubiese dado la oportunidad de darle una respuesta inteligente y divertida. Con lo recientemente ocurrido, lo único que deseé fue ponerme un traje de monja y meterme a un convento. Su presencia me azoró. Pasé de estar muerta de frio a hiperventilar y sentir calor hasta en mis partes más ocultas.

Detesté que Vicky estuviera tan campante eligiendo entre dos juegos de lencería.

Entonces dejé de tener calor. Un par de cosas no cuadraban.

—¿Cómo supiste mi dirección? —inquirí con los ojos entrecerrados.

Sonrió presuntuosamente y recargó su hombro en el arco de la puerta, cruzando los brazos sobre su pecho. Que llevara las mangas de la camisa enrolladas hasta el codo fue una tentadora invitación que acepté para poder observar el movimiento de sus músculos. También tuve la oportunidad de apreciar bien la figura de su tatuaje. Una brújula sobre un mapa que parecía tallado sobre madera adornaba la piel del interior de su brazo izquierdo.

—Joshua me la dio —dijo con fingido cansancio.

Me sorprendió su respuesta, sobre todo porque fui clara al pedirle a Josh que guardara el secreto de mi ubicación.

—Te veo en su funeral —gruñí cerrando la puerta.

Metió su pie impidiendo que se cerrara por completo. De mala gana me quedé de pie, sosteniendo la orilla de la puerta con una mano y la toalla contra mi pecho con la otra, en espera de cualquier oportunidad para poder dejarlo afuera y seguir con mi día como lo había planeado, que era durmiendo o evocando recuerdos eróticos con él.

—No vas a irte —dije después de varios segundos, en tono cansino, dejando caer mis hombros—. ¿De qué propuesta hablas?

—¿No me vas a dejar entrar? Fue un largo viaje —confesó sin quitar su estúpida sonrisa.

SIEMPRE FUIMOS (Colección Destinos #2) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora