02.

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Una ola sofocante de pétalos viajando a través de la garganta lo despertó. En medio de la noche, al final del sueño, la realidad era aun más dolorosa. Al menos en el plano onírico, el sufrimiento era perceptible de una manera mental más que física.
Con la frente sudada y cubriéndose la boca, se irguió para recuperar el aliento, pero en cuanto continuó tosiendo, la puerta de su habitación lo interrumpió con golpes.

—¡Spreen! ¿Estás bien, hijo? —El susodicho intentó responder pero un poco de sangre desembocó en sus manos. El híbrido escondió los pétalos entre las sábanas y en vez de poder decir algo, una ruptura de su voz provocó que su padre se alterara y abriera la puerta sin su permiso. Al ver el líquido rojo deslizándose en una de su mano, Vegetta acudió rápidamente a su lado.


—Pero, Spreen, hijo, ¿qué es esto? Abre la boca, déjame ver —Lo tomó por el mentón a pesar de la actitud esquiva del híbrido para que lo mirara, pero eso solo hizo que lo sostuviera con más firmeza. Ante eso, Spreen bajó la mirada y sus orejas.

—Estoy bien, viejo. Creo que me mordí la lengua. —Mintió sin mirarlo a los ojos. Vegetta ni se inmutó. Una mordida en la lengua no causaba ese tipo de reacciones.

—Abre la boca, Spreen.

No tuvo más opción que hacerle caso. El mayor encendió la lámpara en la mesita de luz y examinó la lengua. Intacta, ni siquiera un rasguño ahí.

—Dios mío. Esa sangre no viene de tu lengua. ¿Será el estómago?—En el hilo de voz se le notó la preocupación, y Spreen se odió un poco más por eso. Sentía una adoración y gran debilidad por su padre, más allá de amar a los dos.

—Pá, tranquilo. No me duele nada. —Se acomodó en su lugar y trató de regularizar su respiración y actuar una sonrisa.

—A ver, macho, que soy tu padre. Te conozco desde que eras un bebé, ¿crees que no sé cuándo estás mintiendo? Mañana iremos al médico. Cancelaré el trabajo y— Antes de continuar, el híbrido le interrumpió. Todavía no sabía cuál era la causa del veneno que lo estaba consumiendo por dentro pero no quería alarmar a su padre ni que éste postergara su pasión. No deseaba preocupar a nadie.

—Ni en pedo. Voy a ir con Quackity o con Missa, vos hacés tus cosas y yo me encargo de lo mío. Si me conocés como decís, entendés que estoy diciendo la verdad, ¿no? — Pasó su mano por la frente para limpiarse el sudor y suspiró. —Te lo prometo, viejo.

Vegetta por primera vez en la noche sonrió con orgullo. Spreen ya había cumplido los dieciocho años y se estaba convirtiendo en un adulto responsable, y él, tan cargado de trabajo, a veces olvidaba que tenía que dejar de tratarlo como un niño. Así que aceptó.

—Vale, vale. Ahora vete a duchar que apestas.

Hubo un tiempo en el que Spreen era intrépido, desafiante, inquieto. Fue tan rápida la transición de aquel Spreen a este pedazo de carne encadenado a un miedo irracional por seguir brotando en ataques de dolor y... esta extraña dolencia física que lo convertía en un fenómeno, en un bicho raro. Sin quererlo, recordó vivir para arrancarle las risas más sinceras a Roier. La satisfacción en el centro del pecho cada vez que el mexicano respondía rápidamente a sus ocurrencias como dos cómplices tácitos. Uno hablaba y el otro sabía exactamente qué decir, y después todo estallaba en sonrisas, en miradas que se cubrían de diversión y algo más. Siempre había algo más.

Hasta ese momento no pudo saber qué era aquello que siempre los seguía, como una sombra escurridiza, cada vez que estaban juntos. Estaba tan acostumbrado, que ahora, al ser por primera vez consciente de ello, no podía dejar de proyectar en su cabeza cada imagen de Roier y él, los dos, contra el mundo.

forget me not ⁝ SPROIER (Hanahaki disease)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora