06.

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Mientras permanecieron unidos, conectados por el beso, todo a su alrededor se hundía y nada de lo que había estado empapado de inquietud e incertidumbre dolía ya. Estaba tan acostumbrado a sentir el sabor amargo de las flores y la sangre en su boca, que los labios de Roier sabían suaves y dulce, miel y terciopelo. Habían dejado de ser dos por un breve momento en el tiempo para ser un solo cuerpo que arrasaba con los minutos, convirtiéndolos en eso llamado eternidad.

Spreen estaba seguro de algo, se llevaría esto para siempre con él.

Es que todo en Roier emanaba calidez, desde su respiración hasta la punta de las manos que apenas rozaban las suyas, y la noche se había vuelto tan cómplice que había suprimido todo ruido en sus cercanías. De esa manera fue capaz de escuchar los latidos de su corazón que pronto empezaron a hacer eco en sus oídos. Esto solo lo devolvió a la realidad. Como si despertara de un buen sueño, Spreen se apartó de él. Todo volvió a cobrar vida y los engranajes de su mente comenzaron a girar otra vez.

—Uh, —El oso alejó la vista rápidamente de los ojos de Roier, que había permanecido en silencio, sin alejarlo o detenerlo. Ni siquiera se había quejado. A esas alturas, Spreen no sabía si eso era una buena señal. Le tomó un minuto entender lo que había hecho y estaba seguro que su cabeza no dejaría de castigarlo por ello.

Se había aprovechado de la vulnerabilidad de Roier para robarle un beso. Roier acababa de abrirse frente a él hasta el punto de casi derramar lágrimas y Spreen lo había besado como si nada más le importara. De alguna forma sintió que había traicionado su confianza sobreponiendo sus necesidades. Bastó un impulso para que todo se fuera al carajo y el único culpable seguía siendo él.

—Soy un pelotudo. —Su voz se profundizó. El híbrido se pasó la mano por el rostro para continuar. Si iba a disculparse, al menos debía ser lo suficientemente valiente para mirarlo a los ojos. Quería que le creyera, que lo sintiera como estaba: libre de fingimiento; así que se quitó los lentes.

Pero cuando lo hizo, no supo descifrar qué encontró en la mirada de Roier. Aún tenía los labios entreabiertos, casi como si sonriera, y las pupilas bailaban bajo la luz de la luna; parecían moverse, totalmente asombradas. Roier, que siempre era atrevido y ruidoso, estaba callado y eso solo podía significar malas noticias.

Bajo la intensidad de ese par de ojos, el oso se sintió atrapado. Supo que el silencio era mucho más desgarrador que cualquier palabra. Habría preferido que Roier lo insulte o incluso que lo golpee en la cara hasta dejarlo inconsciente y él habría estado bien con eso, lo merecía. Pero Roier había decidido castigarlo de la peor forma y Spreen no iba a quedarse ahí para seguir aguantándolo. Su orgullo le dio el coraje para que se pusiera de pie y no volviera a mirar atrás.

Spreen volvió a entrar, haciendo caso omiso al llamado de su nombre bajo la voz de Roier.


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Para cuando estuvo dentro, Karl estaba despidiéndose del desconocido con el que lo había dejado. Spreen aprovechó para sentarse a su lado una vez más y el castaño lo recibió con una amplia sonrisa. Todo seguía igual que antes, lo que había pasado allá afuera podía quedarse en algún remanso de sus recuerdos, ese rincón especial donde Spreen iba cuando quería tranquilizar su mente tempestuosa. Tal vez si se esforzaba más, llegaría a creer que el beso simplemente era un producto de su imaginación o una alteración de la realidad debido a los fármacos que ingería. Un efecto colateral.

Karl preguntó si había encontrado a Quackity, dijo que lo había visto ir detrás de Spreen cuando este último se despidió, y a Spreen no le dio el corazón para mentirle. Le respondió que no había visto a su amigo, que en cambio se encontró con Roier afuera. Por razones obvias omitió la parte en que lo había besado impulsivamente; Karl simplemente asintió y se ofreció para buscar bebidas para ambos.

forget me not ⁝ SPROIER (Hanahaki disease)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora