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En medio del rumor del parque, las ruedas deslizándose a través de las rampas y la algarabía de lo patinadores, Spreen era el único cuyos oídos habían bloqueado todo ruido excepto el de los latidos de su corazón palpitándole en las sienes.

Abrió la palma de su mano una vez más para corroborar que aquello fuera real, que la cosa que había expulsado de su garganta fuera un pétalo y, en efecto, eso era la corola de una planta. Su textura era tan suave como el terciopelo y bañada de un bonito color azul que terminaba por diluirse en el centro como si tuviera un pequeño sol amarillo con un destello blanco. El híbrido frunció el ceño, desconcertado, recuperando el aliento después de sentir que su sofoco cesaba.

Antes de que pudiera formar una palabra en la punta de su lengua, la voz de Quackity lo trajo de vuelta a la realidad.

—Oye, Spreen ¿qué fue eso? ¿estás bien? —El mexicano le ofreció la botella de agua y Spreen ya estaba escondiendo en el bolsillo el pétalo que yacía en su mano.

—Amigo, casi me muero —Replicó con voz jocosa, fingiendo bromear como usualmente hacía y tomando un sorbo de agua solo para sentir cómo su garganta dejaba de contraerse.

Quackity atinó a sonreír pero en su interior no podía terminar de convencerse. Tal vez por la manera en la que Spreen se había quitado los lentes y dejaba ver sus ojos, los iris morados opacados por las pupilas dilatadas. Y es que el híbrido no se quitaba las gafas con facilidad, sus ojos delataban sus cambios de humor, sus emociones, y eso le hacía sentir vulnerable ante los demás. Por ejemplo, cuando se enfurecía, sus iris se volvían de un intenso color azul-púrpura, cuando lloraba se volvían un suave malva. Cuando estaba asustado, parecían casi tan negros como el abismo; tal vez por eso Quackity no logró diferenciarlos de sus pupilas en ese momento.

El más bajo procuró poner su mano en el hombro del híbrido pero los reflejos del otro fueron más rápidos y se alejó un paso atrás de él en un gesto defensivo.

—Spreen-

—Me tengo que ir, loco. Hablamos después.

Y sin dejar que le respondiera, volvió a colocarse las gafas para montar de nuevo en su skate.

Al llegar a su casa, se dejó caer sobre la cama. El pétalo azul reposando sobre su pecho y un sinfín de preguntas invadiendo cada grieta de su mente. A los pocos minutos, un mensaje de texto vibró en su celular. Roier pasaría a buscarlo como todos los viernes e irían a la vieja estación de trenes abandonada, escondida en un lugar recóndito de la ciudad. Aquello se había vuelto un ritual en lo que llevaban de amistad, pero últimamente Roier evitaba hablar de ciertas cosas con Spreen. Un ejemplo claro había sido su reciente noviazgo. Claro que conocía a su chica, pero no precisamente porque Roier se la hubiera presentado. La noticia en los caracteres de Twitter le había caído como si se sintiera traicionado y él no tenía razón para reaccionar así. Sopesando la situación en el skatepark, Spreen recordó la sensación fría extendiéndose por la espina, tan veloz como gélida, hasta que el sofoco llegó.

Sus padres le habían hablado de ataques de ansiedad que sufrían y él también era testigo de aquello, así que pudo relacionar sus síntomas con aquellos trastornos. ¿Pero por qué el detonante tenía que ser... él? ¿Qué tenía que ver Roier con sus episodios? ¿Qué es lo que lo ponía nervioso de él? Si habían pasado años tan cómodos uno al lado del otro, entendiéndose y respetándose a pesar de los insultos y bromas pesadas que se hacían. Incluso era Roier quien solía seguirlo a todas partes apenas se conocieron, queriendo ser su igual, cuando Spreen bien sabía que Roier era la persona más cálida que había tenido el placer de conocer. No tenía la necesidad de impresionar a nadie cuando él era una persona increíblemente talentosa, con gran sentido del humor y el corazón de un gigante.

forget me not ⁝ SPROIER (Hanahaki disease)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora