Capítulo XI

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No durmió toda la noche debía de admitir que esa pesadilla no la ayudaba en nada solo seguía viendo a su niña destruida y desapareciendo en sus ojos, la primera vez que solo le imploró a un dios para que no sucediera pero estaba segura de que por lo que hizo que no será cumplido.

Los Kwamis seguían estado bajo el mando de su hija mientras sirvientas y sirvientes trabajaban sin parar complaciendo las órdenes del lugar.

—La, la, la—cantaba la niña de pelo negro mientras caminaba por los pasillos de la mansion.

—Señorita Mirella, no debería estar aquí, venga la regresaremos a su habitación—dijo una sirvienta la cual encontró a la pequeña ahí.

En cambio si se trataba del padre de la muñequita este solo enseñaba los métodos de como servir a su amada, la esgrimista y el franco tirador seguían entrenando a los que quedan para defender y la abuela Gina solo se encargaba de cuidar tanto de su bisnieta como de su nieta.

—¿Te encuentras bien mi hadita?—preguntó Gina al ver el estado de Marinette en su cama.

—No abuela...no lo estoy—desvio la mirada mientras respondía derramando una lágrima.

—Hadita...sabes que puedes decirme lo que pasa—dijo Gina mientras abrazaba a su nieta.

De regreso con los Kwamis los cuales exploraban la mansión viendo todo lo que estaba haciendo cada uno solo pudieron pensar en una cosa al ver las armas y los sirvientes que habían, no tenían dudas solo la realidad.

—¡Estan preparando una guerra!—dijo Tikki alarmada.

—Lo se, lo se, ¿Pero qué haremos? Ella no nos escuchará—dijo Plagg —Además, no sabemos contra quien es.

Está vez en París, Francia tenían solo algunos Miraculous a su poder así que cada uno tomo el suyo excepto por dos, el de conejo que le pertenecía a la chica peli rosa y el del zorro que le pertenecía a la chica de lentes.

—No queda opción...—dijo Adrien dándole el prodigio a Lila mientras que el tomaba el de conejo.

—Pero...¿Qué hay de mi hermano? ¿Y de Kagami?—pregunto Juleka.

—Ambos están del lado de Marinette así que no hay de otra...—dijo Adrien.

De vuelta en Londres, la mansión Phantomhive se mantenía en calma pero aún así las pesadillas que la peliazul la mantenían más preocupada que se tallaba la panza diario, una sirvienta entro a la habitación para dejarle algo de comer.

—Muchas gracias—agradeció Marinette.

—No hay de que señorita—respondió la sirvienta la cual se retiro de ahí.

—Mmm...siento que algo muy grande va a pasar—se dijo Marinette a si misma.

—No hay duda mi señora, algo grande—dijo Sebastian el cual apareció ahí.

—Sebastian...es mejor estar listos—dijo Marinette mientras comía.

—Con más razón ¿Usamos a dos "aves" cómo carnada?—preguntó Sebastian con una sonrisa en su rostro.

—No hace falta que lo digas...son parte del plan de todos modos—dijo Marinette sonriendo también.

En el cuarto de Mirella en dónde ella jugaba con un peluche los Kwamis solo la veían hasta que soltó de la nada al peluche para respirar algo agitada como si algo le impidiera respirar.

—Mirella! ¿¡Estás bien!?—preguntó alterada Tikki al verla mientras Plagg se acercaba.

—S...si esto...es natural para mi—dijo Mirella la cual volvió a respirar normal como si nada.

Ambos Kwamis seguían preocupados al ver a la muñeca en ese estado, su cuerpo no podía aguantar más por alguna razón pero ni ellos sabían que hacer. Sebastian llegó a la habitación para agarrar a su hija y acostarla en la cama de ahí solo le dio una pastilla algo extraña y un vaso de agua.
Al tomar la pastilla Mirella empezó a mejorar y solo se acostó a dormir, Sebastian miro a los Kwamis para hacerles un gesto de silencio e irse de la habitación de su hija.

—¿Piensas lo mismo que yo Plagg?—preguntó Tikki.

—Si...algo ocultan—respondió Plagg.

~Continuará~

Condesa Phantomhive 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora