La verdad detrás de las estaciones

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A sus cortos seis años eran pocas las cosas que sabía, pero hasta un niño podría darse cuenta de cuando algo que normalmente está bien empieza a estar mal.

Con frecuencia pensaba que de todos modos no era lo suficiente listo para dar como verdad una simple suposición, qué esos cumplidos alabando su intelecto no serían nunca acertados porque a pesar de sus numerosos conocimientos a una edad tan joven seguía siendo ingenuo y gozaba de una inocencia común entre los infantes, lo que él pensara no pasaba de ser un pensamiento y la realidad era una qué se movía según le viniera en gana, a un ritmo mucho más acelerado.

Solía oír de vez en cuando las mismas conversaciones desarrollarse en el centro de su hogar, repitiendo las palabras en su cabeza para así coleccionarlas e ir aprendiendo el significado de cada una de ellas. Falacias eran mentiras, imbéciles era como su padres llamaba a los militares cuando obtenía la seguridad de que estos nunca le oirian. Las palabras eran lo más fácil de memorizar, lo complicado era la gente, la mente humana siempre se le hizo algo mucho más complejo.

El día en que sus padres de emocionaron no le pasó desapercibido por la sencilla razón de que su hogar comúnmente silencioso se encontró inundado de susurros y risillas cómplices qué le hicieron sentir que el viento cantaba. Esa noche los grillos que molestaban con su sonido se encontraron de buen humor y le dedicaron en compañía de la vieja rama qué golpeaba con sus hojas la ventana de su habitación una suave canción de cuna qué le fue como un cálido abrazo, mismo que hacía días que no experimentaba.

Así como un día estuvieron contentos los días venideros carecieron de aquella música y calidez, cosa habitual en un hogar donde ya era lo suficiente raro que durante una temporada tan prolongara se encontraran todos en armonía. Puede fuera porque estaba creciendo pero su frazada ya no le abrigaba como antes, las noches eran frías y tiritando a causa de la temperatura se hacía un ovillo en la cama con la esperanza de obtener el calor que su cuerpo por ciencia debía emanar. Las noches que más frío sentía eran las mismas donde el clima en su casa pasaba de ser veraniego a convertirse en un seco otoño.

Con otoño el verde perdía su color y las hojas su fuerza. Solia sentirse más débil durante esos días y el cobijo nunca era suficiente, nada comparado con la real estación cuyo efecto era físico y temporal, no impredecible como el de su hogar.

En esas noches su madre siempre actuaba siguiendo el mismo patrón: le lanzaba una mirada mordaz —misma que con regularidad le dedicaba a su padre— se clavaba frente a él con un gesto autoritario y le agarraba de los hombros con tal fuerza que sus uñas se marcaban en su piel. Él pocas veces llegó a emitir así fuese un mínimo quejido.

—No seras un niño toda la vida, lo sabes ¿no? Debes madurar.

Con una ligera confusión manifestada con un ceño fruncido su respuesta en esa ocasión fue :

—El abuelo dijo que ya soy bastante maduro.

Y era verdad, esa platica ya había pasado muchas veces por los oídos de Armin, quien estaba más que familiarizado con que su mamá y su papá le recordaran con cierto recelo que llegaría un día donde le tocaría desprenderse de sus vestigios de juventud para abrazar una fría realidad, que su infancia no era más que una casualidad que tenía la suerte de no habérsele sido arrebatada todavía y que en cualquier momento tendría que renunciar a quien era para convertirse en quien debía ser por un bien mayor. Para Armin no era lo suficiente alarmante todo esto, pero sí era consciente en una medida dolorosa que así como sus padres nunca se encontraban conformes con nada fuese en casa o en todo Paradis, él era una manzana qué no cayó muy lejos del árbol, incapaz de estarse satisfecho.

Seguido era lo mismo, su mamá le recordaba que debía de seguir madurando, ansiando qué llegara el día donde no tuviera que explicarle las cosas con peras y manzanas y poder sentirle a su mismo nivel. Tal vez tratar con niños nunca fue lo suyo y por ello su empeño en verlo como un niño por encima del resto, pero es que hasta él podía apreciar sin perderse en el orgullo y la arrogancia que tenía en su cabeza ideas y preguntas no muy propias de los hijos de los vecinos o nietos de los amigos de su abuelo.

Lover of mine | one shots Aruannie.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora