Remitente, Amor

2 0 0
                                    

Te vi por primera vez en los ojos de mi madre. Surcando el alta mar en sus pupilas azules. Te ví seguirme en cada uno de los pasos que daba a su vera. 

Estabas en las manos de mi padre cuando llegaba de trabajar y en cada plato que él nos servía.

 Crecí y me acompañaste, me seguiste tan de cerca, que solo te veía a ti. Mirase donde mirase tu estabas ahí, en la sonrisa de mi amiga, en las lecciones de la tutora de quinto. Los viernes por la noche me abrazabas con los consejos de mi abuela y me cantabas una nana con sus cuentos. 

Te vi alejarte, en una lágrima que se escurrió por mi mejilla cuando conocí lo que significaba valorarse en el espejo. No te volví a ver en algún tiempo, aunque siguieras navegando en los ojos de mi madre, dejaron de interesarme tus aventuras. Aunque seguiste quebrando las manos de mi padre, dejaron de gustarme sus platos. Mirase dónde mirase sólo estaba tu ausencia y de repente, me sentí sola estando en compañía. 

Y yo no te necesitaba en ningún gesto, me sobrabas en las palabras, yo te quería ver en mi piel, te quería ver recorrer mis venas y hacer de presa al odio. Pero tú nunca supiste vivir sin él. Y te creí reconocer en aquel beso. Pensé que habías cambiado y ya no me dejarías sola. Pensé guardarte en aquel primer beso y encerrarte en mi caja de Pandora. 

Llamaste a mi puerta y yo te recibí con gusto, con un corazón preparado para dejarse querer y un cuerpo débilmente hogareño. Creí saber quién eras pero me traicionaste y me pintaste un cuadro de acuarelas, con más agua que color.

Y así me obligaste a crecer, confiando ciegamente, cayéndome miles de veces. Y me preparaste para llegar a ser quien soy. Y apareciste aparcando delante de mi casa con un coche rojo. Y apareció él, que le sobrabas por todos lados y abocó en mi todo el Amor hasta llenarme.


Querido Amor, estuviste en tantas partes y a la vez en ningún lado, estuviste tan adentro de mí que no te logré ver. Y te infravaloré en los ojos de mi madre, en las manos de mi padre, en los consejos de mi abuela, en el espejo y en el primer beso. Y por eso te pido disculpas por darme tantas veces la oportunidad de volver a sentirte. 

Debo admitir que jamás podré vivir sin ti, pero si de vez en cuando te vas, te recordaré para recibirte una y otra vez más.

Callar gritandoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora