Capítulo 53. La confesión.

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Lexa.

Estaba viendo a mi esposa darse vueltas de un lado a otro sin detenerse a pensar lo que en realidad estaba por pasar, y yo tampoco; ella estaba desesperada, temerosa y un poco paranoica, pero la entendía, porque todo lo que tanto trabajo había costado construir se estaba tambaleando sobre una fina base, y no hablo únicamente de nuestro matrimonio, sino que, cada logro que había tenido en su vida, desde su título profesional hasta su trabajo de renombre en el negocio hotelero, todo se estaba viendo en peligro.

—¿Por qué está pasando esto, Lexa? — Preguntó temerosa mientras se dejaba caer en el sofá de la sala. — ¿A quién le hicimos mal?

—A nadie. — Respondí segura, deslizándome discretamente a su lado para entrelazar nuestros dedos. — Es por eso que necesites que seas fuerte. — Sus ojos quedaron fijos en los míos, implorando de alguna manera que no la abandonara. — Necesito que seas fuerte, porque hasta ahora, yo no he sabido serlo.

—No sé cómo ser fuerte ahora, Lexa. — Jadeó completamente desvalida, temerosa. En cosa de días, Clarke se había convertido en una pequeña aterrada por la noción de ser abandonada de algún modo. — Yo no sé cómo sentirme fuerte si puedo perderlos.

—Te amo, idiota. — Susurré tirando de sus orejas para tener de cerca su boca. — Y el hecho de que estés tan asustada por perdernos, en vez de porque tu libertad está en riego solo hace que te ame más, como si eso fuese posible. 

El cuerpo de Clarke se curvo lentamente hasta que su cabeza terminó recostada en mis muslos y sus manos apretadas en mis rodillas. Si no la estuviera viendo en este momento, juraría que las lágrimas habían comenzado a migrar.

El hecho de que estuviera a unos minutos de subirme a un carro y de enfrentarme a un interrogatorio que definiría su "grado de culpa" en una red de tráfico humano. Clarke podía perder todo, su imperio podía caer estrepitosamente a sus pies, pero ella sólo pensaba en las muchas maneras que los niños o yo pudiéramos ser alcanzados por ese salpicadero de mierda que había formado Nía Azgueda.

—No quiero arrastrarte conmigo.

—Estoy contigo. — Susurré dulcemente, proporcionando una caricia tierna en su mejilla cálida. — Estoy contigo desde el primer beso, aunque no lo admitiera a buenas y a primeras. — La abracé como pude, intentando darle calor, tibieza y amor. — Estoy conmigo, mi amor.

Madi y Aden parecieron comprender abiertamente que su madre necesitaba más que solo palabras, así que comenzaron a patalear y balbucear un sinfín de cosas, expectantes a que los ojos de su querida madre se centrasen en ellos. Clarke alzó a los chicos, en ese intento desesperado por sentirse en casa, por sentirse bien.

 —Cariño. — Llamé su atención con suavidad. — Creo que ya es hora de irnos. —De inmediato, su carita experimentó una especie de sombra. — Lo siento, pero dijimos que estaríamos allí a las 12.

—Y a la señorita no deja de ser obsesiva con el tiempo. —Susurró con gracia lúgubre y algo nostálgica. — Aunque nunca llegues a tiempo.

—Gran parte de mis atrasos en mi vida, han sido su culpa, señora Griffin. — Sonrió pícaramente, como si quisiera tergiversar de alguna manera lo que había dicho. — Es mejor que camines, Griffin, no quiero llegar tarde a mi cita con esos cretinos, para dejarles en claro que son unos completos incompetentes.

Asintió obediente. —¿Me llamaras cuando salgas? — Pronto, sus ojitos se volvieron a transformar en suplicantes, desesperados e inseguros. — Llámame cuando salgas, yo estaré en casa de mis padres y no me demoro nada en venir a buscarte. — Un puchero tierno apareció de la nada, tan igual al de su hija entre sus brazos. — Por favor, llámame.

La Bella y la Bestia. (Clarke GiP).Donde viven las historias. Descúbrelo ahora