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¡El pasillo rojo! Allí estaba otra vez con sus pesadas cortinas y su luz, entre rojiza y violeta asomando bajo las telas. No pudo salir del carro, estaba adherido a él como un imán.  El terciopelo los envolvió y fueron lanzados a aquel horrible espacio sin tiempo.

Cuando el remolino se detuvo, solo había oscuridad. Una gélida y pavorosa oscuridad que lo abarcaba todo. Era como estar ciego.

—¿Elvira? —llamó con voz trémula. Nadie respondió. «El ámbar», recordó. «Si es cierto lo que dice esta desequilibrada, necesito el ámbar para traer de nuevo a Rossana. Podemos ser felices con mi herencia y mi casa de Londres. Si tan solo supiera dónde demonios estoy...».

—¿Me llamaste?

Esa voz... ¡La cosa!

—¿¡Qué haces aquí!?

El ente soltó una gutural carcajada que le puso los pelos de punta.

—Te dije que no te desharías de mí con facilidad. Te acompañaré hasta que sepas quién soy.

—¿Eres la..., la muerte?

—Creo que hasta la muerte es más buena que yo. ¡Oh, mira! Viene la luz; por tanto, elige un camino que luego me voy.

—¿Un camino?

—Sí, al frente, a la derecha, a la izquierda. Escoge.

—¿Y qué hay en cada uno?

—¿Qué gracia tendría si te lo cuento? ¡Escoge!

Con cierto temor, levantó la mano y señaló al frente.

—Perfecto, ahora he de retirarme aunque no andaré muy lejos, no lo olvides. Ya puedes bajar de ese aparato. No te desvíes. —Y soltó de nuevo una risa retorcida, espeluznante.

Era cierto, estaba libre. A lo lejos, asomaba una luz que iba creciendo a medida que ascendía. «¡El sol! ¡Gracias al cielo!», suspiró, sorprendiéndose de sus propios pensamientos. No era usual que agradeciera algo. Y mucho menos al cielo, a Dios o a cualquier ente invisible. Se percató entonces de que ya no olía a podredumbre, deslizó los dedos por sus mejillas. ¡Estaba sano! ¡Estaba vivo!

«¡De cuántas cosas me ha hecho dudar este viaje insoportable! ¿Estoy vivo? ¡Pues claro que estoy vivo!»

Convencido de que la feria, el circo, el cementerio y demás eran solo una puesta para convencerlo de... lo que fuera, salió del carro. Ya era de día y, ante él, se abría un prado de un verde inusitado, límpido y vivaz. Comenzó a caminar sintiéndose alegre por primera vez en días, ¿años? ¿Cuánto llevaba con todo aquello? ¿Cuándo había comenzado esa misteriosa y terrible hora oscura que le tocaba vivir? Estaba haciéndose larga, eso seguro. Ansiaba regresar a Londres.

Unas ardillas saltaron a su paso, más allá le pareció ver un unicornio. «¿Existen?». Con todo lo que llevaba visto, por qué dudarlo.

De atrás de unas rocas asomó una bolita de luz que lo observó con ojos cristalinos.

—¿Qué eres? —preguntó agachándose para verla mejor.

—Un hada —respondió el ser con vocecilla musical, y levantó vuelo hasta quedar fuera de alcance.

—¡Un hada! ¡Lo que me faltaba! Supongo que me dirás también que hay gnomos, elfos, y todas esas tonterías de Harry Potter, ¿verdad? ¿Libros que hablan? ¿Escobas voladoras?

La criatura frunció la nariz.

—¿Quién es Harry Potter?

—Un aprendiz de mago.

ZánganoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora