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Cayó en un sitio que semejaba un parque en un día de invierno, una plazoleta desierta que extendía caminos grises hacia lugares ignotos. La criatura con ropas desgarradas y fuerte olor a azufre que tenía enfrente lo observaba en silencio.

—¿Quién eres?... ¿Qué eres? —balbuceó aferrándose al suelo, como si temiera continuar cayendo.

La figura soltó una carcajada gutural con la que enseñó su cavidad hedionda, carente de piezas dentales.

—¿No me reconoces?

—¡Jamás te he visto! —Ni en sus peores pesadillas había visto semejante engendro.

La figura volvió a reír al tiempo que golpeaba contra el suelo el bastón que sostenía en su diestra.

—¡Mírame bien!

Con esfuerzo se puso de pie. Daba asco ver aquello. Una túnica sucia y desgarrada cubría lo que fuera que había debajo. Una capucha caía sobre la cabeza y, aunque no lograba distinguir forma alguna —ni siquiera la mano que sostenía el bastón—, sabía que eso era un monstruo, que no era humano.

—¡No te conozco!

—¡Si serás...! Acompáñame, tal vez te ayude a recobrar la memoria.

La cosa llevaba botas. ¡Eran suyas! ¡Eran las mismas con las que se había encaprichado cuando andaba por los quince años! Las reconocería en cualquier parte porque había grabado su inicial en la cara externa de ambas. ¡Hasta parecían de su misma talla!

Lo condujo a una habitación que le resultó conocida, tal como las obras de arte de la mansión.

—Regresaré —advirtió la cosa. Y lo dejó solo en medio de aquel ruinoso lugar que se parecía a su cuarto de adolescente, cuando aún vivía con la familia.

Dentro, una niña y un niño se hallaban de pie, muy derechitos, observándolo con curiosidad. La niña vestía un bonito tapado rojo y llevaba zapatos de charol negro. Su cabello rubio se sostenía en dos tiesas coletas a los lados de la cabeza. El niño vestía pantalón y blazer azul con camisa blanca. Llevaba boina. Parecían salidos de una fotografía que conocía muy bien.

«¿Qué clase de broma es esta?».

—¡¿Quiénes son ustedes?! —gritó.

—Mi nombre es Clear —indicó la niña.

—Y yo soy Dark —agregó el niño.

—Ja, qué gracioso... ¿Qué hacen en un sitio como este?

—Vivimos aquí. Tú vienes a cuidarnos.

Asintió con sarcasmo y se lanzó a caminar de un lado al otro con los nervios de punta. El aire denso de aquel lugar le provocaba arcadas.

—Yo no tengo por qué cuidar a nadie, debo salir de aquí —murmuró—. ¿Qué lugar es este?

—¿Quieres irte? —preguntaron los niños al unísono, con tono inocente y sin quitarle de encima sus extrañas miradas inquisitivas.

—¿Estoy soñando? ¿Esos dos, John y Jane, me drogaron y esto es un sueño? —Los chicos movieron sus cabecitas con asombro, negando—. ¿Cómo llegué hasta aquí?

—¿No lo recuerdas? Por el pasadizo rojo. —Los infantes hablaban al mismo tiempo, lo que aumentaba su desazón.

—Bueno, ¿y dónde está ahora ese pasillo rojo? Quiero regresar.

—No puedes, debes cuidarnos.

—¡¿Cuidarlos de qué?! —Los pequeños encogieron los hombros—. ¿Dónde están sus padres? Necesito hablar con ellos.

ZánganoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora