03. Aceptar

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Samara


El alcohol nunca me ha ayudado a desinhibir, al contrario, siento que me ayuda a potenciar lo que realmente quiero hacer estando sobria, aunque ese conocimiento no impide que me sorprenda deseando besar a Karlo con todas mis fuerzas.

No es por el hecho de que ha sido todo un caballero conmigo desde que nos conocemos, ni por todo lo que ha pasado a lo largo de esta tarde y noche. Lo que pasa es que el hombre es guapísimo y eso no me ayuda para nada, además es un total contraste con Javier, pues Karlo puedo ver que tiene su cuerpo bien trabajado y cuidado, tiene un cabello abundante, es más alto que yo, viste increíble y huele riquísimo. Así que, sí, estoy totalmente atraída por él y solo hasta ahora que estoy soltera, me estoy permitiendo admitirlo.

Son como las dos de la mañana cuando dejamos el evento y lo convenzo de ir a cenar unos tacos para cerrar la noche como se debe, pero al acabar y volver al auto, no quiero regresar a mi departamento para no abrumarme con todo lo que ha estado pasando y los recuerdos que ahora están ahí, así que se lo hago saber a Karlo que sin dudarlo ofrece su lugar para quedarme pues tiene una habitación extra con un sofá-cama disponible.

No me enorgullece decir que debido a que tomé un poco de más mis pies ya no son capaces de coordinar y que todo comienza a darme un poco de vueltas, así que Karlo, que ha estado conduciendo desde que abandonamos la fiesta, se estaciona en un lugar seguro y me ayuda a bajar del auto para después asegurarlo y cargarme en brazos para que yo sea capaz de llegar a su departamento.

Después de dejarme en la habitación e indicarme donde está el baño por si decido usarlo, me presta una de sus camisetas y un pants para que pueda dormir más cómoda, además me proporciona un poco de crema y una toalla para que pueda desmaquillarme.

Me cuesta trabajo, pero al final logro quitarme el maquillaje y cambiarme y luego caigo rendida en la cama.

Quizá solo pasan minutos, o hasta una hora después de acostarme, pero sé, aún en la oscuridad, que el mundo no se va a estabilizar y que mi estómago está más revuelto que la fruta en un batido, y como no hay mejor momento que el ahora, salgo de la habitación y corro al baño para vaciar justo a tiempo todo lo que he ingerido en el día. 

Cuando mi estómago está quedando vacío y mi garganta comienza a quemar por todos los ácidos que han pasado a través de ella, siento una mano retirando el cabello de mi cara y otra a través de mi espalda reconformándome. 

—¿Te sientes mejor?

Me ayuda a incorporarme, baja la cadena y, tras verme asentir, baja la tapa del escusado, me ayuda a sentarme encima y busca una toalla pequeña y la humedece para después colocarla en mi frente.

—No tengo fiebre.

—Lo sé, pero de igual manera esto ayudará a refrescarte.

Sale del baño un par de minutos, en los que yo aprovecho para enjuagarme y limpiarme la boca, y regresa con un vaso con la mitad de agua y un par de pastillas.

—Tómalas, te ayudará a que tengas menos resaca por la mañana.

Tomo las cosas y hago lo que me dice. Las crudas y yo nunca hemos sido buenas amigas y eso me hace maldecir porque me he permitido beber de más.

—Gracias. Por todo.

—Creo que ya hablamos sobre lo de agradecerme.

Se instala un silencio pesado entre los dos mientras lo observo, y como el espacio es reducido y asumo que no sabe qué hacer consigo mismo, solo gira y comienza a lavarse las manos solo por el hecho de tener algo que hacer.

Contigo [Booffee #2] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora