Capítulo 1

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Las elecciones son de vital importancia y a la vez es algo a lo que se la quitamos, nos pasamos toda la vida tomando decisiones, eligiendo, ya sea en menor o en mayor medida. Que ropa te vas a poner para el colegio, que helado te vas a comprar, llevar el pelo recogido o suelto, si vas a salir o te vas a quedar en casa... Aunque parezcan nimiedades todas y cada una de las elecciones que hagas marcan un antes y un después. Lo aprendí por experiencia.

Escoge con cabeza y no le dejes la tarea a un frágil corazón destrozado.

Tomamos decisiones siempre y no todas son usando el cien por cien de nuestras capacidades, muchas veces acabamos acudiendo a nuestro corazón. Y no siempre está en perfecto estado. Un corazón dolido, dañado, con grietas, que se está resquebrajando, nunca será una buena opción para liderar una elección. Sin embargo es a lo que nos aferramos y acabamos cayendo una y otra vez. El primer y gran error ya está incluso antes de haber hecho nada, dejarlo todo a ese órgano traicionero lleno de emociones que no puede abarcar, los sentimientos se escapan por las grietas invisibles y ahí acaba apareciendo la peor de las decisiones.

La duda.

Y no una duda cualquiera, una duda agarrada a una profunda inseguridad.

Dudas porque sabes que no puedes manejarlo, y antes de que te des cuenta ya has perdido el control, no lo manejas tú. Al dudar, al no creer en lo que vas hacer o decir. Dudas porque sabes que no puedes hacerlo y aún así tomas ese camino de forma impulsiva, porque tienes que ir por un camino y escoges bajo la presión de ti mismo.

Somos demasiado emocionales para pensar fríamente, acabamos aferrándonos a las cosas rotas.

Y lo más roto que puede haber para una persona que le cuesta estar en pie día tras día, es un corazón hecho trizas.

Así que por desgracia, tomo decisiones guiadas por algo inestable, dañado. Por lo que todas y cada una de mis elecciones están reflejadas por ello y acabo de la misma forma en la que se encuentra mi corazón.

Todo acto tiene su consecuencia.

Cerré la página de mi cuaderno de golpe. Se suponía que estaba intentando componer, no sé en que momento me sinceré y escribí aquello. No suelo escribir mucho, solo que a veces lo hacía para desahogarme, pero nada serio.

Me creía la gran artista del momento en el intento de componer algo, aunque no las escribía para mi. Bueno no, si que las escribía para mi, pero yo no podía cantarlas. Así que en verdad estaban destinadas a otra persona.

Solo completé tres canciones en toda mi vida y es que los intentos por escribir siempre acaban con el papel arrugado en la basura. Así hasta que hay una gran montaña de ellos y Lianne me regañe por tener la tienda hecha un desastre.

Tenemos percepciones diferentes del orden.

Suspiré exasperada y aburrida. Lo único interesante en este momento era dar vueltas en la silla giratoria hasta que viniera algún cliente. Si es que venía alguno, en caso de que no, la última opción era darse cabezazos contra la pared. O dormir.

No, si venía Lianne y me veía durmiendo sería capaz de abandonar su puesto durante unas horas para quedarse. Primero me echaría la bronca del siglo con la mirada, porque el gritar no era lo suyo y después se rendiría y me haría compañía.

La preocupo demasiado.

Con ese pensamiento me levanté de la silla y le eché una mirada a la tienda para ver qué podía hacer. Estaba bastante ordenado, o lo que era ordenado para mi. Giré sobre mi misma para dirigirme a la trastienda y ver si estaba decente. Aunque tampoco era necesario que estuviera ordenado porque solo entrabamos las tres mismas personas de siempre.

Cuerdas RotasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora