CAPITULO 17 *Dulzura, dulzura*

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M.M

Llevamos quince minutos en mi coche, camino al local de waffles que Adara mencionó. Hoy he sentido celos al ver a ese pelagato intentando abrazar a mi novia. ¿Cómo se atreve? Adara es mía. Llevamos todo ese tiempo sin decir ni una palabra. Ni siquiera la radio está encendida. Un silencio sofocante llena el aire, esperando que alguno de los dos hable después de mis palabras. Este pequeño corderito me ha estado inquietando, sacando mis pensamientos más perversos a la luz. Es como si no tuviera filtros a su alrededor.

Así que, actuando como el pervertido que soy, aparco el coche a un lado del camino y me vuelvo hacia ella.

—Adara, a mi regazo, ahora.

Me mira como si tuviera dos cabezas, probablemente porque tengo dos, solo que no juntas.

—¿Estás loco? —responde.

—Adara, mi regazo —digo sin flaquear.

Es la persona más expresiva que conozco. Veo en sus ojos cómo lucha entre obedecer o seguir con su obstinación. Pero más le vale que me haga caso. Creo que ve mi determinación porque, muy despacio, empieza a hacer lo que le pedí. La ayudo a acomodarse en mi regazo y, cuando coloco mis brazos alrededor de ella, agarro la palanca de cambios, enciendo el coche y lo pongo en marcha.

—Max, ¿qué haces? —pregunta tensa y nerviosa.

—Conduciendo —digo para fastidiarla.

—Ya lo sé, Sherlock, pero ¿qué haces conduciendo conmigo en tu regazo? Esto es ilegal —dice mientras se remueve en mi regazo.

Si sigue moviéndose así, tendremos más problemas que solo una conducción ilegal.

—Oh, la pequeña Giannini es tan correcta —digo, ignorando el calor que sube por mi espalda.

—Max, bájame, idiota. Nos pondrán una multa y mi expediente está muy limpio para ser manchado por ti —dice, colorada.

—Oh, pequeña, haré algo más que mancharte —digo, guiñándole un ojo, viendo cómo ese color rosado se extiende por su cuello.

—Imbécil —dice, golpeándome en el hombro.

Oh, le demostraré que puedo ser un imbécil. Sin importar el lugar al que íbamos, acelero, pasando un semáforo en rojo. Mi padre me matará por esto, pero sentir cómo Adara se aferra a mí y busca refugio vale la pena. Se siente tan pequeña y frágil, activando mi instinto de protección que solo se activa con mamá, ahora se activa con ella.

—Max, para por favor, Max, Max —dice con voz temblorosa, aferrada a mí.

—Solo si lo pides dulcemente, dulzura.

—En tus sueños, baboso —dice con odio.

Así que acelero y muevo el coche de una vía a otra. Creo que serán dos comparendos para mí.

—Está bien, está bien —dice, se acerca a mi oído—. Amor, ¿podrías por favor bajar la velocidad?

Oh Dios, esa voz dulce que tiene. Creo que Lázaro se acaba de levantar.

—Sí, querida, lo que tú pidas —digo mientras bajo la velocidad y aparco en un café en el centro llamado Barack.

Apenas aparco, Adara intenta levantarse, pero la agarro fuerte. La coloqué en mi regazo para hablar y ahora para que sienta lo que me hace estar cerca de ella. Ganar-ganar.

—¿Ahora qué? —dice de mala gana, rindiéndose a pelear conmigo.

—Ahora vamos a hablar, chaparra. Primero, te alejarás de ese pelagato. Le gustas y no me gusta que le gustes. Eres mi novia. Segundo, el sábado iremos a una cena con mis padres y unos futuros socios. Tercero, mañana pasarás todo el día conmigo.

La Condición De Adara y Max Donde viven las historias. Descúbrelo ahora