CAPÍTULO 24 * FELIZ MAÑANITAS MAX*

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Llevamos una hora caminando por el centro comercial Prudential Center y el Copley Place, ubicados en el centro de la ciudad cerca de Boylston Street, buscando lo que yo llamaría el regalo perfecto para Max. Tomo en mis manos la cadena que me regaló y puedo sentir un revoltijo en mi estómago, que según Lydia son mariposas, pero creo que son lombrices.

—Adara, ¿quieres elegir algo ya por amor a Dios? —murmuró Lydia, algo fastidiada.

—¡Pero es que no sé qué darle, ok? —comenté, agregando otra cosa al carrito.

—Si no estoy mal, ya llevas 15 cosas agregadas, y hemos caminado 20 veces este lugar.

—Es que hay algo que pueda perderme y puede ser su regalo —la interrumpí.

—Eso dijiste los últimos 20 minutos y no has encontrado más nada —me cortó.

—Pero...

—Nada, sé que estás nerviosa y tienes estas ganas de superar su regalo, amiga, pero lo dejaste a última hora y él no.

Ella tenía razón, habían pasado tantas cosas que se me había olvidado crearle un regalo significativo a Max, lo cual me hace una pésima novia, pero no soy su novia real así que no cuenta mucho. Solo que dar regalos para mí es muy importante, quiero devolverle absolutamente todo lo que él me dio en mi día especial.

—Está bien, salgamos de aquí —comenté.

—¿Vas a pagar alguna de estas cosas? —preguntó.

—Sí, hay algunas cosas que quiero darle.

Fuimos a la caja y pagamos solo unas cuatro cosas de todas las que había agregado. Lydia empezó a parlotear sobre la universidad y una pelea con sus padres. Intenté prestarle toda mi atención, de verdad, pero no podía dejar de pensar en el regalo de Max.

Estábamos saliendo hacia el aparcamiento del centro comercial, hacia el auto de Lydia, justo cuando vemos un hermoso restaurante inspirado en México. Max es de México, lo que quiere decir...

¡Oh, Dios mío! Acabo de tener una idea.

—¡Lydia! —la corté—. Ya sé qué darle a Max —chillé emocionada.

—¿No se supone que ya teníamos cuatro regalos?

—No —dije con una sonrisa—, ahora hay más.

—Oh, Dios mío, la idea que tuviste no me va a gustar, ¿verdad? —murmuró malhumorada—. Por tu sonrisa, veo que no. Maldita sea.

—Me tienes que ayudar —respondí a cambio.

—¿Por qué siento que esto es una pésima idea? —susurró.

Treinta minutos después, Lydia y yo estábamos en el apartamento de Joan y Cameron.

—¿Ya me vas a contar qué hacemos aquí? —preguntó Lydia mientras subíamos en el ascensor al piso 10.

—Lo haré cuando estemos todos reunidos.

Lydia buscó la puerta 206, tomó su llave (Cameron se la dio) y entramos. Lo primero que vimos fue una espaciosa sala de estar amueblada en colores pasteles con una gran pantalla plana. Después, estaba la cocina de frente y a su izquierda un pasillo hacia el baño y la habitación.

—¡Hola, chicos! —gritó Lydia.

Joan salió del baño mientras Cameron salió de su habitación con una rapidez increíble. Creo que no nos esperaba para nada.

—Hola, señoritas —saludó Cameron, sonriente.

Joan, como el desconfiado que es, solo nos entrecerró los ojos.

La Condición De Adara y Max Donde viven las historias. Descúbrelo ahora