Merecida indiferencia

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ADVERTENCIA: Esta historia contendrá de principio a fin temas como depresión, culpa, bullying, ansiedad y problemas mentales de diferente gravedad.

Si eres demasiado sensible, te recomiendo no leer. (Sin embargo, hay final feliz)

...

Mira el abismo, lo está llamando.

Su corazón late al mil ante las intrusivas ideas que lo inundan, tantos finales en su cabeza, todos son felices, todos son mejores —a su parecer— pero en ninguna él sigue con vida. 

Piensa en su familia; su hermana llorando, su madre en el suelo sin poder levantarse, su padre golpea la pared con impotencia. Es triste, pero lo superarán, al menos eso quiere creer.

Pero no lo hace, nunca salta, su instinto de supervivencia se lo impide y se odia por no hacerlo, tal vez mañana, se vuelve a decir.

¿Como hizo él para poder vencer el miedo a la muerte?

Siempre fue valiente, ahora lo reconoce, pero ya no importa.

Vuelve a su camino hacia la escuela, ya no toma el autobús, no le gusta porque es incómodo ser evitado como una plaga. Sus pies son de plomo, un candado invisible en su cuello le impide ver más allá de sus pies, la mochila en cambio es su grillete, es preso entre sus libros de estudio y su propia mente.

Todo es igual, el ambiente nunca fue malo, solo es... tenso.

Se sienta ahí en su pupitre, escribiendo exactamente las mismas palabras que hay en el tablero como una impresora de su visón, no escucha pues su mente solo le muestra el zumbido de la ansiedad, no quiere estar ahí, se ahoga entre tanta gente porque siente miradas filosas desde todos lados.

—Craig Tucker—Lo llama el nuevo maestro, quien lo mira a los ojos.

¿Me está juzgando? ¿lo sabrá? Por supuesto que lo sabe, seguro ya se lo dijeron, ¿y si no sabe y solo soy yo? ¿debería decirle para no sentirme tan mal? Igualmente, no es como que mereciera ser tratado bien.

—¡Craig Tucker! —Grita luego de tres llamados, se ve molesto, al de chullo le duele la barriga y comienza a temblar, seguramente ya lo sabe y por eso le gritó.

—Mande—Dice al fin, con todo el esfuerzo que su miedo le permite.

—¿Sabe la respuesta a la pregunta del tablero? —Pide, su voz es neutral, pero le suena acusatorio, traga saliva antes de fijarse bien en la pregunta.

Todos lo miran, lo siente, siente ahogarse nuevamente entre murmullos inexistentes, todos le reclaman por su incompetencia ante una sola maldita pregunta. Tiene 16 años, ¿porque le cuesta si quiera entender la pregunta?

Lee y relee, pero su cerebro no lo procesa, siente el calor dentro de su piel y su cara hirviendo, nuevamente es el centro de atención.

—Yo... yo...—Intenta decir algo, balbucea, se queda en silencio y entonces... su lápiz se cae. —¿Puedo ir al baño? —Pregunta con un tono cansado.

—Está bien, pero si no respondes la pregunta te irá mal en el examen. —Le da una leve reprimenda que se siente como un látigo en su pecho. Sale al pasillo y en cuanto no ve a nadie, corre.

Corre, corre, corre hasta el primer baño que ve, últimamente ve ese lugar como una puerta hacía otra dimensión donde solo puede ser él sin preocupaciones al rededor.

Se sienta en el inodoro y comienza los ejercicios de respiración.

—1, 2, 3, respira, respira—Aun tiembla, se siente tan inútil y avergonzado por no saber resolver solo una estúpida pregunta que sabe que estudió pero que ya no se acuerda.

The Abyss | CreekDonde viven las historias. Descúbrelo ahora