CAPÍTULO CINCO

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Lucía sonrió a la pareja de abuelitos que tenía delante.

–Claro que puedo cambiarles el pedido –dijo ella con una sonrisa, a pesar de que era la tercera vez que cambiaban de opinión–. Iré a la cocina para solucionarlo.

Se dio media vuelta y se dirigió a la cocina de la cafetería a toda prisa, antes de que comenzaran a preparar sus platos. Le dolía todo el cuerpo y se sentía ridículamente pesada. Consultó su reloj. 

<< Una hora más >> -murmuró. Solo necesitaba aguantar una hora más para terminar su turno.

Se había alegrado cuando supo que una de las otras camareras no había podido ir ese día, pues, aunque eso suponía más trabajo para ella, también suponía más propinas, un poco de dinero extra para cuando llegara el bebé. Se sentía demasiado cansada, no podía negarlo. Y, a pesar de su agotamiento, no lograba dormir bien.

¿Estaría haciendo lo correcto al limitar su contacto con Joaquín? ¿Hacía bien en no someterse a la prueba de paternidad que él le había pedido?

Aquello era definitivamente un gran paso que ella no podía tomarse a la ligera. No estaba segura de que quisiera que aquel hombre cínico y desconfiado la ayudara a criar a su hijo. Aunque igual él tampoco pensaba hacerlo. Al parecer, para Joaquín, la idea de ser padre se limitaba a pasar dinero. Pagaría a niñeras de élite y caros internados, pero no le ofrecería amor ni tiempo.

Él le había dejado claro que no tenía ningún interés en el niño. Solo lo veía como una carga económica o como una herramienta de chantaje. Lucía se estremeció, preguntándose a qué clase de mundo estaba acostumbrado para creer que el engaño era lo natural. Cabizbaja, abrió la puerta de la cocina y avisó del cambio de pedido.

Luego, agarró un vaso de agua y se apoyó en la pared. Necesitaba recuperar el aliento para poder continuar en pie. Cerró los ojos y bebió despacio. ¿Habría hecho bien al decirle a la secretaria de Joaquín que había cambiado de idea cuando la había llamado para fijar la cita para el test de paternidad? No pensaba someterse a esa prueba aunque con eso Joaquín pensaría que el niño no era suyo.

El problema era que, de ese modo, le negaría al bebé la oportunidad de conocer a su padre. Si se hacía la prueba, por otra parte, él se involucraría en la educación del niño. Aunque, a decir verdad, Lucía temía lo que eso podía significar para su hijo, y por qué no, también para ella. Porque, a pesar de las terribles acusaciones que le había lanzado, Lucía ansiaba su contacto, la seguridad de estar entre sus brazos. Cuando había estado a punto de vomitar, en vez de dejarla sola, él la había cuidado. Eso hacía que casi lo perdonara por sus acusaciones.

Era algo demasiado peligroso.

No quería ser la clase de mujer que se vendaba los ojos y justificaba el mal comportamiento de un hombre. Eso no podía conducirle a nada bueno.

–Lucía, aquí estás –dijo Viv, su jefa–. Oye, ¿estás bien? 

Lucía se enderezó y abrió los ojos.

–Solo necesitaba beber agua. Estaba muerta de sed. Pero no te preocupes, ya voy...

Viv meneó la mano.

–He venido a hablarte de eso. Tienes aspecto de estar derrotada. He llamado a Chrissie y viene ahora mismo a sustituirte. En cuanto llegue, puedes irte.

Lucía se quedó boquiabierta. Viv era una buena jefa, pero nunca antes se había fijado en su cansancio, algo que había sufrido a diario en las últimas semanas. Ni siquiera se había percatado de sus mareos mañaneros.

–Vamos, ¿a qué esperas? –la azuzó Viv con una sonrisa–. Yo no perdería un segundo, si tuviera a alguien tan guapo esperándome para llevarme a casa.

EN SUS MANOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora