CAPÍTULO NUEVE

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Lucía estiró el vestido con las manos. La tela era delicada como la seda. Al principio, se había negado a que Joaquín le comprara un vestido y zapatos para llevar esa noche. Odiaba que la mantuvieran. Estaba bien que él contribuyera a la manutención de su hijo, pero sus gastos personales eran solo cosa suya.

Sin embargo, cuando se había dado cuenta de que su equipaje de viaje consistía solo en pantalones cortos, vaqueros y dos gastados vestidos de verano, había cambiado de idea. Además, la secretaria de Joaquín en Atenas, Effie, le había asegurado que los invitados de la fiesta de esa noche irían vestidos de gala.

Con reticencia, había aceptado. Se había dejado ayudar por Effie, que la había llevado a las mejores tiendas de ropa de Atenas. Y lo cierto era que lo había pasado bien yendo de compras. A pesar de su aire elegante y sofisticado, Effie era divertida y tenía buen ojo para la moda. Lucía nunca se había sentido tan guapa.

Se volvió delante del espejo, mientras los finos pliegues del vestido color zafiro brillaban a su alrededor. El cuerpo del vestido también era de un tejido brillante, sujeto con unos delgados tirantes que relucían como si estuvieran hechos de gemas preciosas en vez de lentejuelas. Hasta sus zapatos de tacón de seda azul tenían cuentas en los tacones que reflejaban la luz cuando se movía.

Joaquín no podría ignorarla vestida así.

Aunque él no la había ignorado en ningún momento. Después de la conversación del día anterior, se había mostrado... considerado. Tan considerado que la había dejado después de la cena, diciéndole que entendía que debía de estar cansada, y se había dirigido a su despacho a trabajar.

Lucía se había quedado tumbada despierta durante horas, esperando que se reuniera con ella, ansiando volver a hacer el amor. Pero no había sido así. Cuando se había despertado esa mañana, justo a tiempo para salir para tomar su vuelo a Atenas, se había sentido insegura y llena de deseo.

No sabía qué le preocupaba más, si lo mucho que necesitaba dormir con Joaquín o la posibilidad de que él se hubiera cansado de tener sexo con ella. ¿O sería a causa de lo que le había contado de su pasado?

Sin embargo, Lucía se negaba a sentirse una víctima. Se puso la única joya decente que tenía alrededor del cuello, diciéndose que no le importaba que él no hubiera ido a buscarla la noche anterior. Entonces, se llevó la mano al vientre. Había ido allí a planear el futuro de su hijo. Y para conocer Grecia. No para volverse loca por Joaquín.

Esa tarde, habían visitado el Partenón y el museo de la Acrópolis. Se había maravillado contemplando las esculturas que, hasta entonces, solo había conocido en los libros. Todo le había parecido muy hermoso. Aun así, todo el tiempo se lo había pasado pensando en otra escultura, una viva, cálida, imponente. Un hombre de carne y hueso que hacía que se derritiera solo con mirarla.

Alguien llamó a la puerta, sacándola de sus pensamientos.

–¿Lucía? ¿Estás lista?

Ella abrió los ojos con excitación ante el espejo.

Nunca había ido a la inauguración de una exposición. Nunca había salido por la noche, a excepción de la vez que había ido a cenar con sus compañeros de trabajo en un pub local. Pero su excitación se debía a razones diferentes.

Le gustaba Joaquín.

Era una tonta. Provenían de mundos diferentes y, tras acordar un plan para criar a su hijo, se separarían. Mientras, sin embargo, Lucía estaba decidida a disfrutar del momento. Tenía demasiada experiencia en dejar que la vida pasara de largo.

–¡Ya voy!

Sí. Sin duda, Lucía sabía lo que quería.

–Estás preciosa.

EN SUS MANOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora