CAPÍTULO FINAL

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Joaquín estaba esperando cuando ella entró en el dormitorio con el cuaderno de dibujo en la mano.

–Tenemos que hablar –dijo él. 

Necesitaba tener clara la respuesta de Lucía en ese momento.

Ella se quitó el sombrero de paja que llevaba, dejando caer suelto el pelo largo y rojizo sobre la espalda. Los pechos turgentes se le marcaban bajo la fina blusa.

O hablaban o hacían el amor, pensó Joaquín. Y llevaban semanas volcándose en lo segundo. Era hora de controlarse y llegar a un acuerdo.

–Claro –repuso ella, mirándolo con sus ojos azules como el océano–. ¿Puedo ducharme antes?

–No –negó él. Si se duchaba, se sentiría tentado de acompañarla–. Acabaremos enseguida. Tenemos que zanjar esta cuestión.

Lucía no preguntó a qué cuestión se refería. Debía de haber estado esperando esa conversación.

–Bueno. Pero vayamos a la piscina. Así puedo mojarme los pies mientras hablamos.

Joaquín asintió y la siguió hasta allí. Contempló su trasero mientras ella andaba y el delicioso contoneo de sus caderas. Su cintura parecía haberse ensanchado un poco. Estaba ansioso por ver su cuerpo cambiar con el embarazo. Pensar que estaba embarazada de su hijo era una de las cosas más eróticas que conocía.

–¿Quieres hablar sobre el contrato? –preguntó ella, cuando estuvieron sentados en el borde de la piscina.

–Tenemos que prepararnos para la llegada de nuestro hijo –señaló Lucía.

Y se calló que le molestaba no haber llegado a un acuerdo. Había tenido pesadillas en que Lucía le tiraba el contrato a la cara y lo abandonaba, llevándose a su bebé. Él no iba a dejar que eso sucediera, se dijo, apretando la mandíbula.

–Tienes razón –admitió ella con los ojos clavados en el agua–. Pero me pides demasiado, Joaquín.

–¿Qué necesitas para convencerte?

Despacio, Lucía se giró hacia él. Su expresión era más sombría que nunca.

–Háblame de Roberto Galán.

–¿Qué tiene que ver él con nosotros? –preguntó Joaquín, conmocionado al oír el nombre.

Lucía se encogió de hombros.

–Necesito comprenderte antes de comprometerme contigo.

Joaquín trató de mantener la calma. Si contarle la historia de su padre ayudaba a que ella se convenciera de firmar el acuerdo, ¿por qué no hacerlo?

–Pensábamos que era mi padre. Luego, descubrimos que no. Él se puso furioso porque mi madre lo había engañado y le había hecho criar al hijo de otro –recordó él, reviviendo la angustia que había sentido entonces–. Me echó de su casa y no he vuelto a verlo.

Roberto Galán había estado tan furioso ese día que había sujetado a Joaquín de los hombros y había intentado echarlo él mismo por la puerta. Dolido y enfadado, había perdido el equilibrio y se había estrellado contra el suelo de piedra. El viejo había cerrado la puerta tan rápido que, probablemente, no se había dado ni cuenta de que Joaquín se había hecho daño.

Lucía lo tomó de la mano, sacándolo de sus recuerdos, y lo miró con ojos llenos de empatía.

–Debió de ser horrible. ¿Pero no quieres volver a verlo? Después de todo, te crio como un padre. Debió de sentirse muy traicionado. Tal vez, se arrepiente de cómo se comportó contigo.

EN SUS MANOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora