CAPÍTULO CUATRO

175 28 21
                                    

–¿Señor Galán?

–¿Sí?

Joaquín se detuvo cuando iba de camino a su despacho, en Londres, y se volvió hacia su secretaria.

–Una mujer ha llamado varias veces, para pedir una cita. Pero su nombre no está en la lista que usted me dio.

–Entonces, no le des una cita –repuso él e hizo una seña a Miles Dawlish para que lo precediera al entrar en el despacho. Había quedado con él para cerrar una compra muy apetecible.

–Es solo que...

Joaquín se volvió con impaciencia, molesto por tanta insistencia. La secretaria se inclinó hacia delante, bajando el tono de voz.

–Dice que es personal. Y que es vital que lo vea a usted.

–¿Cuál es su nombre?

–Lucía Cuervo. Ha sido muy insistente. Parecía... importante.

¿Lucía Cuervo?

Los recuerdos estallaron en su cabeza como una presa desbordada. Piel tan pálida como el marfil. Un cuerpo esbelto que respondía a sus caricias como un instrumento afinado para él. Labios como cerezas maduras, dulces y enrojecidos por sus besos.

Una boca mentirosa. Una mujer que le había tomado el pelo y había intentado engañarlo.

¿Qué esperaba conseguir de él? ¿Esperaba seducirlo para sacar algo más?

La idea de que Lucía Cuervo lo sedujera de nuevo era innegablemente excitante. Sobre todo, porque él no tenía intención de dejar que le sacara ni un centavo. Podía ser divertido tener sexo con ella otra vez, solo para terminar lo que habían empezado.

–Dile que la veré. Cuanto antes. Aquí.

–Oh. Pero ella me ha pedido que se vean...

–Aquí –repitió él con rostro severo–. Mañana. O, sino, no habrá cita.

Acto seguido, Joaquín se dirigió a su despacho, donde lo esperaba Miles Dawlish. Le hizo un gesto para que tomara asiento.

–No he podido evitar escuchar –comenzó a decir Dawlish–. Yo también conozco a una tal Lucía Cuervo. Estaba en la fiesta de la boda donde nosotros nos conocimos. Me pregunto si puede ser la misma.

Joaquín no respondió. Se sentó frente a su invitado. No tenía intención de compartir su vida personal. Si no fuera por la oferta jugosa que le había hecho Dawlish, no perdería ni un minuto con ese tipo. No le caía bien. Era la clase de hombre que creían que todo el mundo estaba en deuda con ellos. Y estaba dispuesto a vender su herencia familiar, una finca con una mansión increíble, solo a cambio de efectivo.

–Si es ella, la misma mujer a la que yo me refiero, debes tener cuidado – continuó Miles Dawlish–. Una chica delgada, de grandes ojos y muy ingeniosa. ¿Te suena? Era una de las damas de honor.

–Me temo que no presté mucha atención a las damas de honor –comentó Joaquín. Y no era mentira. Apenas se había fijado en ellas, hasta que Lucía lo había asaltado en el ascensor y había empezado a hablarle de besos y orgasmos.

Durante un momento, el hombre titubeó, como si acabara de darse cuenta de que se estaba desviando del propósito de la reunión. Pero necesitaba desahogarse del odio que le tenía a Lucía Cuervo.

–Para no andarnos con rodeos, esa Lucía es una zorra mentirosa. Aunque a ti no te engañaría tan fácilmente, seguro.

–¿Intentó estafarte a ti? –le preguntó Joaquín a Dawlish con una sonrisa forzada.

EN SUS MANOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora