Kamn en la Tierra

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Las sillas de los dioses se desvanecían como nubes dispersas por el viento, dejando tras de sí un rastro efímero de su presencia divina. La sala, una vez llena de luz y energía, ahora se sumía en la oscuridad y el silencio como un lago sereno en una noche sin luna. Las paredes parecían estirarse y estrecharse como la piel de un animal vivo que respira, mientras que el aire se enfriaba y se volvía denso como una niebla espesa. En ese espacio vacío y apacible, solo quedaba el eco de las voces divinas y la memoria de sus discusiones.

Kamn se quedó solo en la sala de los dioses, el eco de sus propios pensamientos era lo único que se escuchaba en el lugar. Su mente se había inundado con un torbellino de emociones, recordando su pasado y cuestionando su presente.

La oscuridad que cubría su corazón parecía expandirse hacia su cuerpo, asfixiándolo con el peso de sus decisiones pasadas. Recordaba las guerras que había inspirado y los sufrimientos que había causado. ¿Cómo podía seguir adelante sabiendo todo lo que había hecho en el pasado?

Suspiró profundamente y levantó la vista hacia el cielo, buscando alguna respuesta en el firmamento. Pero lo único que encontró fue un vacío insondable. Sintió un nudo en la garganta y sus ojos se humedecieron ante la certeza de que no había nada ahí afuera que pudiera aliviar su tormento.

Sin embargo, una chispa de determinación empezó a encenderse en su interior. Sabía que no podía quedarse así, perdido en sus pensamientos y remordimientos. Debía hacer algo para reparar su pasado, y la búsqueda del hacker parecía ser el primer paso.

Así, con la firme convicción de redimirse y encontrar su lugar en el mundo, Kamn partió hacia la Tierra, dispuesto a buscar al hacker y desentrañar el misterio detrás de su descubrimiento de los dioses.

Kamn entró en su apartamento, cerrando la puerta detrás de él. El aire frío de la noche entró con él, haciendo que la habitación se sintiera más vacía. En la penumbra, la tenue luz de la ciudad se colaba por la ventana, iluminando débilmente la habitación.

La sala estaba en silencio, excepto por el suave murmullo de los noticiarios que sonaba de fondo en el televisor. Los sonidos de la ciudad se filtraban a través de la ventana, un constante zumbido lejano que parecía fundirse con el de la televisión.

La habitación en sí era pequeña pero acogedora, con un sofá marrón gastado y una pequeña mesa de café en el centro. Había un librero lleno de libros, una televisión antigua y una mesa con una computadora en una esquina. La luz del monitor era lo único que iluminaba el rostro de Kamn mientras se sentaba en el sofá, contemplando la pantalla.

El apartamento tenía una sensación de abandono, como si su dueño estuviera demasiado ocupado para darle mantenimiento. Pero para Kamn, era un refugio de la vida agitada de la ciudad, un lugar donde podía alejarse del bullicio y el ajetreo. se sirvió un vaso de whisky de malta envejecido, el cual desprendía un aroma suave y cálido que evocaba recuerdos de su juventud. Lo llevó a sus labios y dejó que el sabor suave y ahumado llenara su boca. Pero, a pesar de la calidad del trago, no podía evitar sentir una sensación de incertidumbre y preocupación.

Entonces Kamn buscó entre sus contactos a su amigo más cercano, un joven periodista llamado Alex. Había conocido a Alex hacía unos años, en una de las tantas fiestas a las que Kamn solía asistir. Desde entonces, habían mantenido una buena amistad.

Kamn marcó su número y esperó mientras sonaba. Finalmente, Alex contestó.

"¡Kamn, viejo amigo! ¿Cómo estás?" saludó Alex al otro lado de la línea.

"Hola, Alex. Bien, gracias. Escucha, ¿quieres salir a tomar algo? Necesito distraerme un poco", propuso Kamn.

""¿Dónde nos encontramos?" respondió Alex sin dudarlo.

La Sombra de los AntiguosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora