Desavenencia

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Los ojos de Kamn se posaron en la figura de la última deidad en llegar a la sala, Ixthara, la representación de los dioses de Asia. Su presencia era como un sutil zumbido, una energía exótica que resonaba en el aire de la sala. Era como una flor rara y esquiva que florecía en una época impredecible, pero cuando lo hacía, su belleza era incomparable. Kamn sabía que la llegada de Ixthara siempre traía un aura de misterio y cautela. No era una deidad que se dejara conocer fácilmente, y sus movimientos siempre estaban envueltos en una neblina de incertidumbre

Ixthara se detiene de repente y comienza a reírse despectivamente. Mira a su alrededor con una sonrisa burlona en su rostro y dice: "¿De verdad estamos haciendo esto? ¿Hablando de benevolencia y ayudando a los humanos? Somos dioses, ¿no es así? ¿Por qué deberíamos preocuparnos por la humanidad? Nadie está por encima de nosotros, ni siquiera tú, Kamn".

La risa de Ixthara era como una melodía aguda, desafinada y molesta para Kamn. Él apretó los dientes y apretó los puños, luchando por contener su ira. Pero, a pesar de su frustración, se dio cuenta de que Ixthara tenía un punto. Los dioses no eran responsables de los humanos, ni tenían la obligación de ayudarlos.

Después de un momento de silencio, Kamn habló con una voz firme pero calmada: "Ixthara, sé que no estás de acuerdo conmigo, pero creo que la humanidad merece nuestra ayuda. No podemos ignorar su sufrimiento y dejarlos a su suerte".

Ixthara se levantó de su silla y se acercó a Kamn, su expresión burlona aún presente en su rostro. "¿Y quién eres tú para decidir eso?" preguntó con desdén. "No eres el líder de los dioses, ni siquiera has estado presente en todas nuestras reuniones. ¿Por qué deberíamos seguir tus órdenes?"

La tensión en la sala aumentó, y Kamn se dio cuenta de que la disputa estaba lejos de terminar. Pero estaba decidido a defender su posición, incluso si eso significaba ir en contra de sus propios hermanos y hermanas divinos.

Ixthara se giró hacia Kamn con una sonrisa maliciosa, sus ojos brillando con un brillo misterioso. Kamn, por su parte, parecía visiblemente incómodo, sus ojos evitando los de la diosa y su mandíbula tensa. Era como si la mención de la última intervención de un dios en los asuntos del hombre hubiera desenterrado algo oscuro y perturbador en su memoria. Las expresiones de los demás dioses en la sala también se habían vuelto tensas, algunos pareciendo preocupados por lo que Ixthara pudiera decir a continuación.

Alemania 1942

La sala de guerra estaba llena de tensión y nerviosismo. El aire estaba denso con el olor del tabaco y el sonido de las órdenes y los planes estratégicos llenaba la habitación. El techo estaba decorado con mapas detallados y pintados a mano, que representaban las líneas de frente y las posiciones de las tropas enemigas. En las paredes, había estantes llenos de documentos clasificados y archivos de inteligencia. La luz provenía de lámparas de mesa que iluminaban las caras tensas y sudorosas de los oficiales de alto rango.

En el centro de la sala, había una gran mesa de madera donde se discutían los planes de guerra. En ella había maquetas de tanques, aviones y barcos que representaban las fuerzas militares de Alemania. Los oficiales hablaban en voz baja, tratando de evitar que los demás escucharan sus planes.

En una esquina de la habitación, se encontraba un grupo de soldados jóvenes, que escuchaban con atención las órdenes de sus superiores. Todos tenían la mirada fija en los mapas y en los documentos, tratando de entender la complejidad de la guerra.

Sin embargo, la atmósfera de tensión se vio interrumpida por la llegada de un oficial de alto rango. El hombre, vestido con su uniforme impecable, parecía estar seguro de sí mismo y de su posición en la sala

La Sombra de los AntiguosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora