AMAR ES DOLOROSO

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Cuando mi hija nació, yo estuve a punto de arrepentirme de mi decisión de dejarla vivir, su rostro, sus ojos, su pelo, todo era de Alastor, no había nada en lo que no se parecieran.

Le dejé vivir solo por qué no tuve el corazón para quitarle la vida a alguien que no tenía culpa alguna por los pecados de su progenitor.

Pero entonces llegó la hora de pagar. Una condición de los matrimonios jurados en nombre de Erzulie es que si uno de los esposos mata al otro, el asesino deberá pagar el precio de haber roto por la fuerza esa unión sagrada. Yo maté a Alastor y por años, usando mi magia, evite pagar el precio y por un momento creí que había logrado escapar.

Pero cuando mi hija, a los pocos días de nacida, empezó con una enfermedad muy extraña que hacía que su cuerpo se llenará de horribles llagas, supe que ahora el precio lo iba a pagar ella por mi culpa. Cada día la amaba más y por eso el dolor de verla en cama, vendada, escupiendo sangre todos los días, era cada vez mayor.

Deje de llorar por las noches por Alastor para llorar por el arrepentimiento, yo debería estar así, no ella, ella era inocente.

Mi dulce Perséfone, a la tierna edad de 3 años, estaba desfigurada por las horribles llagas que aparecían por su cuerpo. Intenté de todo para quitar la maldición, pero por qué lo intenté, solo empeoraba más su condición.

Pronto descubrí que las llagas ya no salían solo por fuera, empezaron a aparecer de manera interna, destrozando sus vasos sanguíneos, sus órganos vitales, dejándola ciega.

Todos los días trataba de cerrar las llagas con todo lo que una alquimista podía usar, pero no se cerraban, no funcionaban.

Por lo que recurrí a lo único que no había recurrido nunca en mi vida.

—Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo, danos hoy nuestro pan de cada día, perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden, no nos dejes caer en la tentación y líbranos de todo mal— En ese momento la sala se iluminó y sentí una presencia que fue por más familiar, levanté la mirada y vi al arcángel Miguel.

—Cuanto tiempo, T/N.

—Miguel.

—El señor ha escuchado tus plegarias y es conocedor de tu situación, quiere que sepas que aceptará retirar la maldición del cuerpo de tu hija —T/N se levantó del piso y miró a Miguel con esperanza.

—¿Cuál es el precio? Haré lo que sea por ella—Miguel se acercó a la niña inconsciente que ya se encontraba en sus últimas, apenas respiraba.

—No podemos retirar la maldición, solo traspasarla, hay leyes que no podemos romper, por lo que tú deberás pagar el precio que te corresponde— T/N miró a su hija y luego a Miguel.

—Dame la maldición, pero por favor, sana a mi hija—Miguel tomó la decadente mano de la niña y luego con su mano libre tomó la mano de T/N, pronunció unas palabras y de pronto la mujer cayó al piso al sentir que se desgarraba por dentro, su cuerpo se debilitó y se abrió en múltiples heridas.

Aun así, primero miró a Perséfone y se encontró con la hermosa sorpresa de que ella estaba bien, estaba sana. Sus lágrimas de felicidad aparecieron, apenas se dio cuenta de que estaba sana, no le importó que su cuerpo estuviera magullado por ver a su hija curada.

—Mi señor quedó conmovido por tu actuar, has demostrado amar a esta criatura más que a tu vida, por ello te permitirá extender tu vida hasta que tu hija esté lista para enfrentar el mundo sola, pero mientras tanto, deberás enfrentar el dolor de esta maldición lentamente, no te matará, pero si te hará sufrir—T/N asintió, sus heridas se cerraron aunque el dolor no se fue.

ODIO ARDIENTE, historia de un matrimonio [Alastor x tú] Libro 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora