Capítulo 3

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Harry cerró el BMW. Lo había aparcado junto al campo de entrenamiento de béisbol, en el que seguramente habría varios equipos practicando durante los siguientes días. Con un poco de suerte, todos podrían tener un encuentro cercano con el 545.

Aquel día había amanecido frío y claro, lo cual era beneficioso para él. La niebla era lo peor que le podría ocurrir a su pelo. Se lo había secado, se lo había peinado y se había hecho una moña. Después se había puesto un traje pantalón de Armani, aunque sabía que la elegancia no sería percibida por sus clientes. No importaba. En realidad, era por el mismo. Cuanto mejor vestido iba, mejor se sentía. Y aquel día necesitaba toda la ayuda que pudiera conseguir.

El despacho de Dixon & Son estaba en Maple Street, una calle llena de árboles, con cafeterías y tiendas, pintoresca y tranquila. Harry intentó convencerse a sí mismo de que las cosas no eran tan terribles, pero no lo consiguió. Sólo había estado en aquel despacho un par de veces, pero los detalles del edificio estaban grabados a fuego en su memoria. No le importaba que fuera viejo, que oliera a humedad y que necesitara una buena mano de pintura. Lo que más le importaba eran los peces.

El señor Dixon había sido un ávido pescador. Había viajado por todo el mundo, pescando todo aquello que podía y llevando a su oficina los trofeos. Los peces que había pescado los había mandado disecar, o lo que se hiciera con los peces que uno no se comía, y montar sobre placas de madera. Aquellas placas estaban colgadas en su oficina. Por todas partes.

Los peces miraban a sus clientes, asustaban a los niños pequeños y almacenaban polvo. Y también desprendían olor.

-Por favor, Dios, que ya no estén -le susurró Harry al cielo.

Sin embargo, cuando abrió la puerta del despacho, comprobó que o Dios estaba ocupado, o que no tenía ganas de complacer. Cuando dio un paso sobre la madera rayada del suelo, todos los peces disecados clavaron sus ojos en él. Ojos pequeños, oscuros, como abalorios.

El olor era exactamente el que Harry recordaba, una desagradable combinación de polvo, limpiador de pino y pescado. La tostada que había desayunado comenzó a darle saltos por el estómago.

En aquel momento, una silla se movió tras el mostrador de recepción, y Harry miró a la mujer que estaba sentada detrás.

-Tú debes de ser Tina -dijo Harry, con una calidez que no sentía-. Me alegro mucho de conocerte.

Tina, su secretaria y recepcionista, se puso en pie de mala gana, y Harry se dio cuenta de que ella no era la única que estaba descontenta con las circunstancias. Tina tendría unos treinta y cinco años, y el pelo castaño cortado de una forma muy sensata. Parecía eficiente, aunque no especialmente amigable.

-Has llegado pronto -dijo Tina, con una sonrisa tensa-. Pensé que sería así, así que mandé a los niños a la escuela con Dave. Normalmente, yo no llego aquí hasta las nueve y media.

Harry miró al viejo reloj de cuco del rincón. Eran las ocho y veinticinco de la mañana.

-Yo empiezo a trabajar a esta hora -dijo Harry.

En San Francisco había empezado muchos días a las cinco y media, pero ya no estaba luchando por ser socio de ningún bufete.

-Yo tengo tres niños -dijo Tina-. Ya han empezado las vacaciones y no tienen clase, pero tengo que llevarlos a las actividades de verano, de todas formas. El más pequeño, Jimmy, está en clases de béisbol, y Natalie... -de repente, apretó los labios y le preguntó-: Supongo que no estarás interesado en mis hijos, ¿verdad?

-Estoy seguro de que te tienen muy ocupada -le dijo Harry, intentando no mirarla, al darse cuenta de que la mujer llevaba una camiseta y unos pantalones de sport. ¿En un despacho de abogados?

Alguien como tú ~ Larry StylinsonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora