Harry terminó de archivar lo que Tina había dejado del día anterior. Tenía la sensación de que Tina nunca iba a encontrar tiempo para hacer su trabajo. En aquel momento se había ido a llevar a su hijo a jugar con unos amigos, y le había dicho a Harry que volvería más tarde. Aun así, Harry no se esperaba ningún milagro.
Si la situación fuera diferente, buscaría a otra persona, a alguien que estuviera interesada en trabajar, al menos, parte del día. Sin embargo, no tenía sentido tomarse aquel trabajo. Había enviado dieciséis curriculum vitae a diferentes bufetes de todo el país. También había hecho cuatro llamadas aquella mañana para ponerse en contacto con licenciados de la Stanford Law School y hacerles saber que buscaba trabajo. Ninguno de ellos se había quedado muy sorprendido al saber que Lyle era una comadreja. ¿Acaso había sido él el único que no había sido capaz de ver la verdad?
No tenía importancia. Nada que tuviera que ver con Lyle podría estropearle el buen humor después de lo que había pasado la noche anterior. Sonrió al recordar el beso de Louis y su atracción por él. Después de pasar por tantas cosas, saber que Louis lo encontraba atractivo era más estimulante que dieciséis horas en un balneario.
-Está bien, ha llegado el momento de concentrarse -se dijo mientras sacaba su cuaderno de notas-. Tengo que pensar en el trabajo, y no en Louis ni en el sexo.
Miró el reloj y se dio cuenta de que casi había llegado la hora en la que tenía la cita con Pam Whitefield. Pam Whitefield, o Pam Baughman, su verdadero apellido antes de casarse y después de divorciarse, era tres años mayor que Harry y que su mejor amiga, Gracie. Tres años mayor y años luz por delante de ellos en experiencia; al menos, así había sido en el instituto.
Pam había sido una de aquellas chicas doradas: guapa, rica y famosa. Quería ir a sitios y hacer cosas, y estaba interesada en cualquier chico que pudiera ayudarla a conseguirlo.
Durante su último año de instituto había decidido que aquel chico era Riley Whitefield, el enfant terrible local con un tío muy rico. Pam había visto el potencial, no de Riley en sí, sino de su futura herencia. Ésa había sido la teoría de Harry y de Gracie. Gracie había querido a Riley más incluso de lo que Harry había querido a Louis.
Ah, aquellos tiempos habían sido agridulces, pensó Harry. Dos chicos de catorce años enamorados de dos chicos mayores que no les hacían ni caso.
El sonido de la puerta de la entrada hizo que Harry volviera a la realidad, y al instante, Pam Whitefield entró al despacho.
Seguía siendo la chica dorada de siempre. Tenía el pelo rubio, perfectamente peinado, la piel bronceada y los mismos ojos verdes. Llevaba un traje tan caro como después pensó que quizá ya no fuera tan mala. Al fin y al cabo, todo el mundo se merecía una segunda oportunidad.
-¡Harry! -exclamó Pam, encantada, mientras se acercaba a su escritorio y le tendía la mano-. ¡Qué alegría volver a verte! Y qué traje. Estás estupendo.
-Gracias, tú también -le dijo Harry. Le estrechó la mano y después se sentó de nuevo-. ¿Qué tal estás? ¿Cómo te va?
-Estupendamente. He hecho algunas inversiones que me han dado buenos beneficios.
-Enhorabuena.
Harry observó la mano de la mujer, en busca de una alianza. Riley y ella no habían durado ni un año, justo como Gracie había predicho. Él se había marchado de Los Lobos, y nunca se había vuelto a saber de él. Pam se había quedado.
-Bien, ¿y en qué puedo ayudarte?
Pam suspiró.
-Estoy teniendo algunas dificultades con un inmueble que compré hace poco, y quiero demandar a la propietaria y a su agencia inmobiliaria por tergiversar los hechos.
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Alguien como tú ~ Larry Stylinson
RomanceHarry Styles había dejado el pueblo por la gran ciudad y jamás había mirado atrás... hasta que regresó años después para dirigir un pequeño bufete de abogados. Fue entonces cuando descubrió que su amor de la infancia, Louis Tomlinson, ex policía de...