Capítulo 2

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Harry se despertó en la oscuridad al oír el sonido del reloj de cuco. Contó diez campanadas y después apartó la manta y se incorporó. Al principio no supo cómo se había quedado dormido en un sofá, pero poco a poco, recordó que después de llegar a casa de su tía había ingerido una buena cantidad de coñac.

La quietud de la casa le indicó que su tía también se había acostado. No era de extrañar: aquéllos a los que les gustaba levantarse temprano para ver el amanecer tenían que acostarse temprano. Harry prefería la puesta de sol, aunque aquel día, se la había perdido al quedarse dormido por la borrachera.

-Habrá otra puesta de sol mañana -se dijo.

Se levantó, esperándose un buen dolor de cabeza o la visión doble. No ocurrió ninguna de las dos cosas. En realidad, se encontraba muy bien.

Fue a la habitación de invitados y sonrió al ver que su tía le había abierto la cama y le había dejado en la mesilla un vaso de agua y un paquete de Alka Seltzer.

-Una mujer asombrosa.

Harry no se acostó, sino que fue hacia su maleta y sacó sus cosméticos. Después de ducharse y lavarse el pelo, se sintió prácticamente normal. Bajó al porche trasero de la casa con un cepillo, y se sentó en los escalones que bajaban a la hierba del jardín.

La brisa nocturna era fresca y agradable. En el cielo brillaban un millón de estrellas, que no había podido ver cuando estaba en la ciudad. Supuso que habría mucha gente que pensaría que la vida era perfecta en aquel pequeño pueblo en el que podían dejar las puertas de las casas abiertas y mirar las estrellas, pero se equivocaban de cabo a rabo.

Se quitó la toalla del pelo mojado y alzó el brazo para comenzar a cepillárselo. Sin embargo, se quedó petrificado en aquella posición. La puerta trasera de la casa de al lado se abrió, y alguien salió. Incluso a la débil luz del porche, reconoció a un hombre bajo, de hombros anchos.

Louis.

Las posibilidades de que estuviera visitando a un vecino a aquellas horas eran escasas, lo cual significaba que probablemente fuera el vecino de la puerta de al lado de su tía. Aquello era otro síntoma más de lo mal que iba su vida en aquel momento. Sin duda, se habría mudado allí con su mujer y su...

Comenzó a recordar algo vagamente. Algo acerca de un hijo. ¿Una hija, quizá?

Pero no acerca de una esposa. Al menos, no la madre de la niña. ¿O era sólo lo que él quería? Al recordar que se había desmayado en su presencia, sintió horror. Se movió para levantarse silenciosamente y entrar en la casa sin que lo viera, pero la madera del porche crujió, y Louis se volvió hacia él.

-¿Qué tal estás? -le preguntó, acercándose.

Su voz resonó suavemente en la oscuridad.

Aquel sonido le rozó la piel a Harry como si fuera terciopelo sobre seda. Se le encogió el estómago, y su mente dejó de funcionar racionalmente.

-Ah, mejor. Lo necesitaba.

-¿La siesta, el coñac o el desmayo?

-Quizá las tres cosas.

Él se detuvo frente a él y se apoyó en la barandilla, con una media sonrisa.

-¿Recuerdas algo de lo que ocurrió esta tarde?

Tuvo la sensación de que no estaba hablando del viaje desde San Francisco.

Aquella pregunta hizo que se sintiera inseguro.

-¿Por qué? ¿Hice algo memorable antes... eh... de desmayarme? -¿habría vomitado, o algo por el estilo?

-No. Te quedaste muy callado, se te cayó la leche de las manos y después te desmayaste.

Alguien como tú ~ Larry StylinsonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora