Harry siguió a la directora de recursos humanos por el pasillo. Los despachos del bufete The Century City eran preciosos, grandes, desprendían un halo de autoridad. A Harry le había gustado todo lo que había visto: los enormes ventanales, la magnífica biblioteca de leyes, el hecho de que todo el mundo estuviera ocupado haciendo cosas y llevara traje.
Cuando llegaron a una puerta de madera labrada, Harry se cambió de mano el estupendo maletín de piel que se había comprado en su último ascenso e irguió los hombros.
—Nombres de pila —le dijo la directora de recursos humanos con una sonrisa—. Pero Donald, no Don, ni Donnie.
—Gracias —respondió Harry.
Después, entró en el despacho del socio mayoritario.
Donald Ericsson se levantó de su escritorio y le tendió la mano.
—Me alegro de que haya podido venir, pese a que la hayamos llamado con tan poca antelación, Harry. Todo el mundo ha quedado muy impresionado con usted.
—A mí me ha encantado conocer al equipo —dijo él, con sinceridad.
Había tenido entrevistas con ocho empleados, y había sido muy estimulante. Se veía a sí mismo trabajando y adaptándose con facilidad en aquel bufete.
—Siéntese, por favor. ¿Qué le ha parecido nuestra empresa?
—Estoy impresionado, sobre todo por el alto compromiso que tienen sus asociados y los socios. Estoy muy interesado en el trabajo que desarrollan con los clientes multinacionales. Trabajé con varias empresas japonesas cuando estaba en San Francisco.
—Lo he leído en su curriculum, y para ser sinceros, Harry, eso es lo que más nos atrajo de usted. Necesitamos especialistas en ese campo.
Mientras él hablaba, Harry asentía para demostrar que estaba escuchando, y al mover la cabeza, algo le llamó la atención por el rabillo del ojo. ¿Qué demonios...?
Cuidadosamente, lentamente, se giró en el asiento hasta que pudo mirar a su derecha. Oh, Dios Santo. Aquello no era posible.
Él se rió.
—Lo ha visto. ¿No es una preciosidad?
—Es increíble.
—Verdaderamente. Yo mismo lo pesqué con arpón en la costa de México, hace unos quince años. Me apuesto algo a que nunca había visto uno igual.
Harry no sabía qué decir. El pez espada disecado ocupaba el lugar de honor de la oficina, justo encima de la puerta. Y, en cuanto a lo de que nunca había visto uno igual, estaba seguro de que en su propio despacho había un hermano gemelo de aquel pez.
—¿Es usted muy aficionado a la pesca? —le preguntó.
El sonrió.
—Es una pasión para mí. Algunos socios prefieren llevar los negocios en un curso de golf. A mí, denme un buen barco, un par de bidones de diesel y, digamos, el mundo es mío.
—Es muy emocionante —dijo él, intentando no reírse.
Haber ido tan lejos para encontrarse en una versión a gran escala de Dixon & Son.
Emily estaba sentada en una de las sillas de la cocina, observando cómo su padre cortaba tomates y pimientos en la encimera, para hacer una ensalada.
—El sábado no trabajo —le dijo Louis, mientras ponía las hortalizas en una ensaladera—. He pensado que podríamos ir a navegar.
Emily había estado a punto de decirle que llevaba una camiseta naranja y no roja, pero aquel comentario le quitó la idea de la cabeza. Había visto los barcos aquel mismo día, mientras estaba con Bev en la playa. Barcos con enormes velas blancas.
ESTÁS LEYENDO
Alguien como tú ~ Larry Stylinson
RomanceHarry Styles había dejado el pueblo por la gran ciudad y jamás había mirado atrás... hasta que regresó años después para dirigir un pequeño bufete de abogados. Fue entonces cuando descubrió que su amor de la infancia, Louis Tomlinson, ex policía de...