Capítulo 8

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La llave sí se encontraba en el lugar que me indicó. Aunque no pensaba seguir sus indicaciones. Primero tendría que asegurarme de que nadie rondaba por mi próximo destino. El verdadero problema era el cómo ver si alguien estaba por ahí. Podría intentar conseguir una armadura de guardia y pasar desapercibido; de hecho, había visto más mujeres con armas custodiando celdas o salidas. Suspiré y me asomé por la rendija de la puerta. Había una chica castaña y con un aspecto algo frío de espaldas a mí. Además, se me hacía conocida por sus ojos amarillos y la piel azul. Silbé de forma suave, en modo de llamada. Logré que me mirase a la cara; no parecía muy feliz.

— ¿Se te ha perdido algo, Prometida? —Negué—. ¿Entonces?

La reconocí. Rosé, la quirly con la que habló el ojiazul el día que huí.

—Una ventana se ha roto. —Mentí. En ninguna celda había salidas posibles aparte de la misma puerta. Sobretodo porque era la parte del sótano del palacio.  

Se encogió de hombros, como si no le importara. Siguió mirándome y entonces abrió mucho los ojos. 

—Disculpe, debería haber sido más atenta. —Sonreí disimuladamente al escuchar un sonido de llaves. Me aleje de la puerta y comprobé que iba a entrar.

Cerré la puerta detrás de sí. Pareció comprender por fin que aquello había sido una encerrona bastante improvisada. 

—No hay ventanas. ¿Qué desea realmente?

Me acerqué, sin responderle. Giré los ojos en sentido a las agujas del reloj. Ya no podría apartar la mirada; la tenía engatusada. Agarré la espada que llevaba colgada en la cintura. Busqué los cierres de la armadura. Esta iba dividida en varias partes: las piernas, brazos y torso. Patético y débil. Si alguien librase un combate con una armadura así, perdería al minuto de abalanzarse. 

Sacudí ligeramente la cabeza, volviéndome a centrar en lo que realmente importaba ahora. Desmonté la pieza y me la fui colocando, tratando de que el choque metálico no se oyese mucho. Faltaba el casco. No tenía nada con que cubrir mi cabeza. Maldecí en voz baja y puse la espada en la vaina de nuevo. Tocaría tentar a la suerte para no encontrarme con alguien. Me fijé en el manojo de llaves que aún tenía la castaña en sus manos. Había tan solo tres. Sin más preámbulos, las cogí y abrí la puerta de metal. Me estaba hartando de esa sala-comedor. La veía a menudo y aún parecía indescifrable. Anduve decidida a la puerta que daba a la bóveda. Ahora tenía un disfraz y las llaves que puede que me conduzcan a la salida. 

Tiré del pomo hacia atrás y, extrañamente, una cerradura se hizo visible. Aquel castillo estaba lleno de magia. Probé con todas las llaves que tenía hasta que di con la correcta; la que Heskel me había dejado. Suspiré y abrí. Primer avance. El pasillo a la bóveda había cambiado bastante desde mi última visita. Ahora flores bastante vistosas colgaban de las paredes. Levanté la vista al techo. Unas pinturas hermosas cubrían todo. Pude identificar a una de las Diosas de Feartless.

Aymeria. La Diosa de la magia y el combate. Kay me dijo más de una vez que me parecía a ella; tanto a personalidad como a físico. Bajé la cabeza y caminé erguida, con la mano sobre el mango de la espada. Comprobé que todos los guardianes andaban de esa forma. Un silbido me hizo girarme, atemorizada de que me hubiesen pillado. Pero no había nadie detrás.

Vous êtes nouvelle, mademoiselle?

Paré en seco otra vez. Eso no había sido imaginación mía. Alguien me hablaba. Me hablaban en francés.<< ¿Es usted nueva, señorita?>>.

Sacudí la cabeza y continué. No podía distraerme. Sentí que me seguían, pero no me giré. Logré llegar a la bóveda sin ningún incidente más. Cuando iba a sacar las llaves, me di cuenta de que no estaban. Me las habían quitado. Hemos tenido un pequeño gran problema en el avance número dos. Giré la cabeza todo lo que pude al oír un tintineo característico. Un hombre que vestía la misma armadura que yo –pero con casco incluido– se sentó en el suelo, balanceando los objetos y mirándolos embobado. Un mechón peli verde se asomaba y caía en su frente. Pareció darse cuenta de que lo miraba, porque bajó las llaves y me observó fijamente. Una sonrisa de oreja a oreja me sorprendió. 

La TraiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora