El Infante fabricó armas de nieve y hojas todo lo rápido que pudo. Mientras, yo trataba de entrar en calor y buscar algunas ramas para tener espadas más eficaces. No nos dio tiempo a construir más de seis cuando unos veinte seres se posicionaron delante de nuestras narices dispuestos a atacar.
—Entrégala, ¡ahora! —Una persona de piel blanca golpeó con su lanza el suelo, haciéndolo temblar un poco—. ¡Traidor repugnante!
—Luchad. ¿Acaso ella no tiene el deber de protegerse de unos demacrados como vosotros?
Sin previo aviso, una mujer con arco lanzó una flecha que me dio de lleno en el brazo izquierdo. Apreté los dientes, ignorando el dolor, y agarré una de las espadas que anteriormente habíamos fabricado.
— ¡Nosotros la queremos viva! —Vitorearon—. ¡La alejaremos de lo que llaman lugar seguro!
No entendía nada. ¿Primero me disparan y luego pretenden que confíe en ellos? O simplemente quieren jugar sucio y marearme con sus acciones y frases. Me negaba a creer que no eran guardias de la Realeza. Lancé la daga hacia el del centro. Le di al pobre caballo (cosa que me sentó demasiado mal); pero por suerte eso hizo que el que iba a lomos del animal cayese al suelo y fuese pisoteado por otras criaturas que lo rodeaban. Los de los laterales levantaron sus lanzas en señal de... ¿Guerra? ¿Desafío? Heskel imitó mi movimiento y lanzó una espada más puntiaguda hacia una mujer del fondo que llevaba un arco. Le llegó a la cabeza. ¿Cómo poseía tan buena puntería?
Un grito grave dio lugar al avance de los caballos. La situación estaba desequilibrada, el destino jugaba a su favor. Pero yo sabía usar la magia, aunque nunca lo había hecho en un lugar nevado. Sentí una de las armas del bando opuesto sobrevolar mi cabeza, haciendo que tenga que agacharme. Perdí el equilibrio y caí a las aguas de Sangre. El pitido volvió a sonar. Esta vez era cómodo y pasivo. Salí del agua y no me importó estar calada hasta los huesos ni tampoco tener frío.Solo buscaba venganza.Por arrebatarme mi normalidad. Mi derecho a la tranquilidad. Y, más que nada, por haberme hecho caer. Porque yo nunca caigo.
Creé todo lo rápido que pude una bola de energía y extendí los brazos con esta entre mis manos, apunto de explotar.
—Cuando empiece a brillar, cúbrete la cabeza con las manos y aléjate todo lo que puedas de mí —advertí a mi acompañante—. Bajo ningún concepto dejes tu cabeza descubierta hasta que yo te avise de que estás fuera de peligro.
Asintió y se posicionó con una rodilla hincada en la tierra, lejos. Volví la mirada al lío de espadas y seres. ¿Me daban pena? Ninguna, en absoluto. Solo tenía sed de verlos sufrir como yo lo hice en tantos meses. Giré las muñecas hasta que mis palmas quedaron hacia todos ellos.La energía voló rápidamente, arrasando la tierra a su paso. Me agaché cuando vi cómo se dividía en dos y se comenzaba a escuchar el ruido de unas chispas. Tres. Dos. Uno. Y, como si de una bomba de relojería se tratase, las bolitas formadas explotaron.
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La Traición
Fantasy¿Cómo reaccionarías si te dijesen que todos te quieren en la tumba? Una huida que solo trae más problemas. Un rey sediento de poder. Un infante dispuesto a acabar con todo y con todos. A Freya nunca le ha apasionado nada relacionado con el palaci...