Capítulo 22

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Retrocedí, con la intención de alejarme lo que más me fuese posible de Necros. Había confiado en él; mi padre había confiado en él. Mi mente procesaba pensamientos a toda velocidad. Algo que probablemente fuese verdad me escandalizó. Conoce todos los puntos débiles del pueblo, la corte, las defensas. Sentí que me faltaba el aire; no podía soportar nada. 

— ¿Qué prefieres? —Repitió—. ¿Entregas la corona o te olvidas de tu vida? 

— ¿Cómo me matarás? —Me miraron extrañados—. Simplemente clavaré mis garras en tu cuello y apretaré todo lo fuerte que pueda hasta verte suplicar, aunque otra opción muy buena sería atravesarte espadas por todo tu maldito cuerpo. —Me estremecí al escuchar sus palabras. Me fijé que sus dedos se sustituían por garras. 

 —Se supone que para eso tengo que estar cerca de ti. —Murmuré. 

Eché un vistazo rápido a la nueva corte construida por Zain; juraría que lo único bueno que hizo en años de existencia. Sonreí disimuladamente al percatarme de que tenía peldaños que sobresalían de forma escalonada. No parecieron darse cuenta de mi intención por lo que comencé a trepar las paredes agarrándome de las piedras. Cuando llegué a la cumbre del palacio me permití mirar en dirección al suelo. El nerus mascullaba algo —lo que creí que serían palabrotas por el movimiento de sus labios— mientras que Heskel miraba extrañado y sorprendido hacia arriba; ni hablar de la expresión de Zain que parecía bastante exagerada. Está claro que no esperaban eso. Volví la vista a la cúpula, analizando la situación y pensando en cómo llegar hasta ahí. Podría apoyarme de las columnas e intentar impulsarme, ¿qué es lo peor que podría pasarme? Caerte y morirte, me recordó la parte coherente de mí. Me encogí de hombros y con gran cuidado coloqué las manos en la parte lisa superior de la cornisa. Inhalé profundamente y luego suspiré. 

Tres, dos... Uno. 

Realicé lo que anteriormente había pensado; cuando vi que tenía la altura casi perfecta, reposé unos minutos y después salté de nuevo; al ver que llegaba, di un zapatazo en el techo. Respiré y me impulsé de nuevo, logrando quedar tumbada en el filo. Sorprendentemente, la corona seguía en su lugar: no se había movido, como si estuviera pegada a mi cabeza. 

Me levanté y contemplé el reino; allí arriba hacía mucho más frío y viento, por lo que la falda de mi vestido se levantaba de vez en cuando; no me molesté en bajarla, ¿qué más daba? Nadie me veía ahí arriba. Me asomé, no distinguía ninguna figura. Tendría que estar cerca de los veinte metros de altura. Sentí que unos brazos me rodeaban. Sinceramente, me temía lo peor, pero cuando me giré no había nada ni nadie, por lo que tendría que haber sido efecto del viento.

Frey, Frey. ¿Quién diría que llevarte ese día al Palacio de Feartless te llevaría a donde estás ahora? —La voz sonaba en un susurro. Aun así, me recordaba a la de alguien. Kay. 

Lo busqué, girando la cabeza en varias direcciones. Al final, terminé elevando la mirada al cielo y tapándome los ojos con una mano. ¿Tanto lo echaba de menos cómo para imaginarme voces? Después de un rato recapacitando, caminé hasta el otro extremo, el que daba al jardín. Seguí sin saber qué haría después de bajar, aunque mi primera preocupación era saber cómo bajar. Me senté en el borde y zarandeé las piernas, esperaría hasta la noche, igualmente no faltaba mucho pues el atardecer ya comenzaba a sustituir sus colores por los de la noche. El estallido de unos cristales me hizo espabilar. El cristal de la cúpula se había roto, dejando pequeños trozos esparcidos. Me alarmé más cuando una flecha se clavó cerca de mí, atrapando las largas mangas del vestido. Arranqué el objeto y lo arrojé al jardín. Directo al cerezo. El mayor error que cometí fue el mirar por el hueco de la semiesfera. Una mujer de pelo blanco, piel de color claro y alas sin escamas —el músculo puro—ascendía de forma veloz. Mascullé una palabrota al fijarme en las posibilidades que tenía disponibles. 

La TraiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora