Capítulo 23

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Me asomé al balcón, ignorando todo lo que yacía en el suelo; una gran multitud de gente se encontraba mirando en mi dirección. Un fuego comenzó a brotar en mi interior cuando algunos levantaron las manos, aplaudiendo y otros pisoteaban el suelo, marcando un ritmo continuó. También escuché vítores del estilo <<¡Mi reina!... ¡Ma reine!>>. Sonreí satisfecha y los saludé a todos, deseando que se marchasen: quería ayudar al rubio. No tardaron mucho más en disiparse, por lo que me giré y me encontré con un chico castaño. Era la misma persona que había jurado lealtad a ese monstruo, ¿no estaba muerto? No pareció acordarse de mí; me sonrió y me ofreció ayuda. Se la acepté. Cuando acabé de hablar con todos los guardias y damas, fui a mi habitación a buscar un largo reposo que anhelaba ya con ganas

Salí de la habitación de nuevo, ya recargada de fuerzas. Me asomé en una de las ventanas y divisé que ya estaba anocheciendo; sí que necesité esta siesta. En el camino de salida al baño me crucé con Heskel, que parecía también estar recuperándose del dardo. Me miró con ojos perezosos y volvió a meterse en su habitación con un papel en la mano. Se tiró allí una noche y dos días (supuse que usando el baño personal); de vez en cuando vi que uno de mis mayordomos le traía la comida. No sabía si su cansancio se debía más al arma o si se estaba arrepintiendo de haber acabado con la vida de su hermano.

 En estos momentos, Feartless no tenía rey, aunque tampoco conocen el estado del que lo era; en algún momento alguien tendrá que comunicarlo y, por desgracia, tenía que ser yo. Eso me habían explicado los consejeros del departamento de la Justicia: estaba en mis manos avisar de quién les gobernará y lo ocurrido (por lo menos, me dieron permiso para alterar los sucesos; no convendría ninguna guerra ni revolución más).


HESKEL

Estaba hecho un asco. Cansado, herido y con los humos disparados. Cada que alguien irrumpía en mi habitación sin avisar, me liaba a gritos; ni siquiera yo me entendía en esos momentos. A la única persona que le permito este tipo de visitas es a Freya; que me acogió sin dudarlo en su Corte, ayudándome y dándome vestimentas de vez en cuando; en respuesta, simplemente la ignoraba o la miraba de reojo. Por ahora sería mejor así, no quería echarle la culpa de cosas inexistentes.

Cuando estaba a punto de tumbarme de nuevo, el golpeteo de la puerta me hizo acercarme. Abrí y me encontré con la chica rubia, sonriéndome. 

—Iba a salir un rato al jardín y pensé en que podrías venir, ¿qué te parece? —Me preguntó, ocultando sus manos detrás de su espalda.

Me encantaría decirle que no, porque no tengo ganas de salir, aunque sabía que me vendría bien. Asentí y salí de mi lugar seguro durante esos días. Nos encaminamos por los pasillos y escaleras; ella andaba segura mientras que yo me encogía de vez en cuando o bajaba la cabeza. Llegamos antes de lo pensado, había olvidado lo corto que era el laberinto, aunque aún me lo sabía de memoria. Lo primero que hice fue sentarme en el banco e inclinar la cabeza hacia atrás. Estuve unos segundos así para después suspirar y recomponerme.

—Heskel —dijo seria. Levanté la cabeza—. ¿Qué te pasa últimamente? Estás insoportable y ya he recibido quejas de varias personas sobre tus gritos y momentos de histeria.

 Me gustaría saberlo yo también. Pensé.

—Simplemente no lo sé —admití, dejando la frase casi en un susurro—. Solo me siento cansado, irritado y toda la mierda mala que pueda reunirse dentro de un ser. —Me incliné, apoyé los antebrazos en la parte de mis piernas y bajé la cabeza.

Todo se quedó en silencio. Cerré los ojos y no supe que se había acercado y sentado junto a mí hasta que agarró suavemente mi mano derecha. La miré fijamente, dándome cuenta de que su mirada expresaba melancolía.

La TraiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora