Me sentía fatal. Quería vomitar y la cabeza me dolía horrores. Y no hablar del pecho. ¿Dónde me encontraba? Unos vendajes cubrían parte de mi pecho. Ahora vestía un vestido que me resultaba familiar.
—Despertaste —un hombre de piel azulada me hablaba. Parecía amable—. Por desgracia.
¿Por qué debería estar muerta? Había tenido un sueño muy extraño en el que salían personas que no conocía; aunque la chica sí era igual a mí.
—Necesito que hagas una poción de curación.
—No sé hacer pociones.
Me gané una mirada de odio de su parte. Realmente yo no sabía como lograr aquello. Además, ni siquiera poseía poderes. Estaba tumbada en una camilla muy incómoda y a mi alrededor solo había estanterías con medicinas. Un tarro de píldoras estaba encima de una mesita de metal a mi lado. ¿Yo había tomado aquellas pastillas? ¿Será por eso que me sentía tan mal?
—Mañana te quiero recompuesta.
— ¿Quién eres? —Cuestioné. Me urgía saber quién me estaba hablando y si me debía dirigir a él de una forma especial.
Sonrió de lado, mostrando uno de sus colmillos.
—Estás delante del mismísimo rey, señorita Prometida. Mi nombre es Zain, pero no te dirijas hacia mí así.
¿Prometida? Yo no me llamaba así. Mi nombre era Freya Sellbrind. Fruncí el ceño y bajé la vista. No entendía cómo llegué hasta el rey y porque estaba siendo bendecida por su presencia. De hecho, no recordaba nada antes del sueño. Solo soy capaz de recordar gritos. Y sangre. Demasiada.
— ¿Qué me ha pasado en el pecho, alteza?
Pensó sus palabras antes de hablar:—Te dispararon. Yo te salvé la vida.
Mi boca se abrió de la sorpresa, al igual que mis ojos. Coloqué mis manos en forma de rezo y le agradecí todo lo que pude.
— ¿Qué puedo hacer por usted para agradecérselo? —Otra sonrisa fugaz cruzó sus expresiones.
—No es necesario, pero me encantaría que te unieras a mí. Forma parte de mi guardia personal y ayúdame a derrotar a los que se revelen contra mí.
Me pareció un plan fascinante. Podría formar parte de una Corte y de la Guardia Real. Asentí frenéticamente pero con cuidado; también estaba un poco dolorida la parte del cuello. Cuando vi que el rey se aproximaba a la puerta, me vi obligada a hacerle una última pregunta:
— ¿Cuánto he estado... dormida?
Siguió dándome la espalda, pero me respondió.
—Una semana y doce horas.
¿Cómo era posible? Para mí solo habían pasado unas míseras horas en las que no fui capaz de levantarme. Después de terminar esa frase, salió de la pequeña sala repleta de cosas de enfermería. Volvía a encontrarme sola y sin saber qué ocurrió para yo estar inconsciente tanto tiempo; sería mi próxima pregunta a mi superior.
El tiempo pasó muy lento sin nadie cerca; era aburrido no poder conversar con nadie, además de que no me podía levantar de la camilla por el dolor. Nadie vino a cambiarme los vendajes del pecho en las siguientes seis horas. Una enfermera pelinegra de baja estatura entró de golpe, haciendo que la puerta se estrellase contra la pared. Murmuró algo inaudible para mí y se acercó con los puños cerrados.
—Tú eres la gran Prometida de la que tanto habla el rey, por lo que veo. —Su cuerpo estaba en una tensión muy recalcable—. ¿Qué se supone que te ven de especial?
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La Traición
Fantasy¿Cómo reaccionarías si te dijesen que todos te quieren en la tumba? Una huida que solo trae más problemas. Un rey sediento de poder. Un infante dispuesto a acabar con todo y con todos. A Freya nunca le ha apasionado nada relacionado con el palaci...