Capítulo 14

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—Creo que no te entiende —sentí las manos del hombre de piel azulada en mi barbilla—. No eres nada y aquello solo ha sido para que se ganen tu confianza. No eres descendiente de ninguna Diosa, y menos de Aymeria; mancharíamos su nombre si lo mezclamos con tu sangre.

No sé cómo, pero ya estaba hecho. Me armé de valor y le escupí al rey. Me soltó y puso cara deasco. Le arranqué la espada que llevaba en el cinturón antes de que nadie más reaccionase. Tomé del cuello a la reina y la coloqué de espaldas a mí, con el arma amenazándola.

—Si te mueves, la mato a ella. Y esto sí que no es una farsa. —La mujer se retorció entre mis manos, pero no escapó. No podía hacerlo. 

—Te mataré yo a ti antes, malnacida. 

Escuché pasos y vi todo rodeado de seres multicolores. Gritaban de horror, pero no medesconcentré. Una batalla de miradas comenzó entre él y yo, así que no pude ver lo que tramaban sus manos. Un estallido de luz me hizo taparme los ojos.

Un líquido recorrió mi camisa.

Oh mierdaQue no sea lo que pienso, por favor.

La piel de Zain se había teñido de azul pálido y la de la reina ya ni siquiera era rosa. Subí la mirada con un miedo concomiendo mi interior. Tuve ganas de desmayarme. Solo quedaba un cuello al aire, sin sangre; solo un líquido morado. Entonces supe que había cavado dos tumbas. La de la reina y la mía.

Solté la espada y cubrí mi cara con las manos. Alguien me ahorcó y me estampó con fuerza contra una pared.

—Eres la persona más jodidamente idiota que he conocido y conoceré nunca. Me aseguraré de que tu vida sea un infierno tan grande que ni el mismísimo Lucifer reconocerá quién soy. ¿Entiendes?

Me estaba quedando sin aire. Pero me tensé cuando sentí el filo de unos colmillos en el lado izquierdo de mi cuello. No, no, no. Se clavaron con fuerza en ese sitio y chuparon. Me mareé y vi sombras borrosas. La sensación era incómoda, muy incómoda. No sentía mi cuerpo. Sé que no llegué a desmayarme, pero ya no era consciente de nada y lo veía todo a duras penas. Lo que sí oía eran gritos de alarma, insultando y con mi nombre. Era lo peor que me había pasado en años. Tienes que luchar, sepárate, lucha.

Los brazos y las piernas las tenía entumecidas aún. Ahora logré recuperar la vista; seguía en el mismo pasillo, sin rastro de nadie cerca. El cuello me dolía horrores y la cabeza aún me jugaba malas pasadas. El sonido de alguien chistando a mi alrededor me hizo ponerme tensa. Sea quien sea, seguro que si estuvo presente esa noche querría matarme de la forma más cruel.

Y no los culpo; le había cortado la cabeza a su reina, sin querer, pero lo había hecho. Me senté y abracé mis rodillas. Hubiese sido mejor no salir de aquella madriguera.

— ¿Freya? —Un hombre pelinegro se arrodilló a mi lado y me colocó una mano en mi brazo. Lo miré cansada y reprimí un sollozo.

—Si me vas a matar, que sea rápido. —Exigí.

—No te voy a matar. No sería capaz de eso, ¿acaso no recuerdas quién soy? —Negué y lo vi apenado—. Me llamo Kayyon. Te cuidé durante diez años.

Mis sospechas se confirmaron; era él quien apareció en el sueño de hace una semana y unos días.

— ¿Kay? —Logré pronunciar. Se le iluminó la mirada y se acercó más. — ¿Cómo es que no estoy muerta?

—Te dejaron a mis manos para morir. Ellos aún pensaban que seguía hipnotizado por esa pócima rara, pero no se acordaron de darme la segunda dosis y recordé todo. —Me explicó.

La TraiciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora